Aquella era una noche gris, oscura y lluviosa. Sentada en esa piedra mirando hacia el horizonte que no podía ver por la densa niebla, pensaba en ti, en que forma tan estúpida te perdí. Tenía mi cabeza y mi corazón lleno de pequeños hilos enredados y no sabía cómo desenredarlos y sacarlos uno por uno de mi. Lo poco que podía ver era el reflejo de mi propio ser. Todo tan confunso lleno de nada. Pequeñas gotas saladas como el agua de mar brotaban de mis ojos con dolor, ojos que no podía cerrar. Una mirada fija, parecía estar tan concentrada en algo, pero no, estaba fuera de este mundo, flotando por un inmenso cielo de colores y figuras que sólo moldeaban tu rostro. No lograba salir de allí...me sentía impotente...pero poco a poco todo se fué aclarando, empecé a sentir que esto era algo hermoso, mis lagrimas ya no brotaban de mí con dolor, y aquella densa niebla se esfumó...pude ver el horizonte, y decidí levantarme de allí y luchar por tí.