Alberto y Claudio estaban en el bar de siempre. Aquel nuevamente los acogía entre sus oscuras paredes, con sus tenues lámparas de luz amarilla, con esas grandes vigas de madera a la vista y, un sin fin de fotos de todos tamaños colgados en los murallas. Que como siempre eran testigos del único tema de conversación que reunía a aquellos dos hombres ahí. La verdad de los cosas, siempre era lo mismo, bebían whicky con hielo. Apenas se vaciaba un vaso era rápidamente llenado por un ágil mozo. Disfrutaban de aquel licor como nada en el mundo.
-.¿Hasta cuando Alberto, hasta cuando?. Siempre es lo mismo. Cada vez que me llamas para que nos juntemos acá es para el mismo cuento. ¿Cuando entenderás?, no seas porfiado. Cambia, cambia amigo, no puedes seguir así.-. Las palabras de Claudio eran mecánicas, acostumbrado a repartir siempre el mismo discurso. -mira amigo, tienes una familia perfecta, eres la envidia de muchas personas, tus hijos son maravillosos, y tu mujer. Tu mujer, hombre, ella, ella es la que más sufre con tus estupideces y salidas de madre. Escúchame bien esto, deja, deja de golpearla cada vez que estés mal, no puedes desquitarte con ella, no tiene por que ser la victima de tus descontroles, de tus arrebatos. No tiene por qué pagar por tus errores, nadie tiene que hacerlo.
Alberto escuchaba a su amigo, a su mejor amigo. Y era verdad, lamentablemente era así. Cada vez que tenía problemas golpeaba a su mujer. Toda su ira la volcaba cobardemente sobre esa mujer que no hacia mas que amarlo. -Nuevamente las cagué, acá estoy de nuevo avergonzado, con un vaso en mi mano tratando de embriagar mi vergüenza. Sabes, lo que más me da pena, es no poder cambiar y tú sabes bien que muchas veces lo he intentado, pero siempre vuelvo a lo mismo.
Alberto lo miró, respiró hondo, -piensa en tus hijos, tú crees que ellos piensan que tienen un gran padre, que tienen un gran hombre cerca de ellos. No viejo, no es así, para tus hijos lamentablemente no eres un buen padre y mucho un gran hombre, menos eso. En ese momento Alberto lo interrumpió. -eso me duele mucho compadre, se que lamentablemente es así, que por mas que lo intente para ellos nunca seré un gran padre y menos un gran hombre-. Al decir esto su mirada quedó perdida, vacía. Se puso de pie, terminó su vaso, miró a su amigo y le dijo. -.Pero eso será hasta ahora, desde ahora en adelante para ellos seré un gran padre, un gran hombre, te lo juro. Antes de tres días seré un gran hombre. Dicho esto salió del bar.
Claudio se quedó observando como su amigo se iba, bebió el último sorbo, llamó al mozo y pagó la cuenta.
Serian mas menos las 5 de la madrugada, el teléfono en la casa de Claudio sonaba incesantemente,. Su esposa lo contestó, mientras Claudio encendía la pequeña lámpara, su mujer algo escuchó atentamente, luego colgó. Se quedó sentada en la cama, y con sus ojos llenos de lágrimas miró a su esposo y le dijo, Alberto, Alberto se suicidó, se pego un tiro hace un rato-.
Pasaron tres días, el anterior habían sepultado a Alberto. Claudio estaba en el cementerio, sobre la tumba de su gran amigo. -Quien lo iba a pensar, aquí estoy amigo mío, cumpliste tu palabra-. y era así, en aquel cementerio, una la lapida decía sobre una pequeña placa de mármol, ALBERTO ANDRES GONZALEZ URRUTIA. UN GRAN HOMBRE
RODRIGO ALDUNCE PINTO
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