La sala de espera se hallaba entorpecida por innumerables personas. Sólo me restaba esperar, nerviosa, aturdida por el siniestro. Una mujer alcoholizada ingresó de repente entre insultos, después de haber golpeado a su pareja hasta quebrarlo. Me llamó la atención esa botella de gaseosa que traía envuelta, como hacen los borrachos para ocultar el vino. Con el torso semidesnudo y sus ojos poblados de otros sueños, seguía provocándonos a todos. Hasta que uno de los oficiales, la hizo trasladar a la habitación contigua. Después de una larga espera, fue mi turno para declarar. Accedí a una salita de bajos costos arquitectónicos, frente a ese joven de mirada turbia. Unos minutos de lerdas coordenadas mentales y malas impresiones técnicas, pasaron antes de aquel ruido. El policía salió bruscamente de la habitación, flotando ante mi asombro. Luego agitado, depositó su arma sobre el escritorio, para seguir con las preguntas de rutina. Yo sólo atiné a mirarlo inquisitivamente, sin obtener una respuesta. Mis ojos habían retrocedido en espacio y tiempo, para tratar de enumerar las pérdidas. Hasta que otro golpe, volvió a interrumpir el interrogatorio. Nuevamente me quedé sola a la espera de su silueta uniformada, mientras se escuchaban gritos y burlas, en un ir y venir de policías por los pasillos. Agotada, me distraje recorriendo las deterioradas paredes, hasta detenerme en un pequeño hueco del revoque. Traté entonces de acceder al cuarto lindero por esa mínima rotura, incorporándome sobre la silla. Los gritos seguían en aumento. Entonces pude ver su cuerpo junto al de la mujer alcoholizada, desnuda y maniatada, ante otros tantos policías que no dejaban de manosearla e insultarle. El pánico me invadió, trastabillé hasta caer en la incertidumbre de ser una rehén más. Ante el escritorio, su revolver seguía allí, tieso, a la espera de una mano justiciera. Entonces mi rostro se paralizó pensando infinidades de argumentos, mientras en la puerta, un cuerpo uniformado se detenía murmurando: Ahora te toca a vos; justo cuando ese estruendo de bala, sacudió la habitación...
Ana Cecilia.
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