Entramos con mi amigo Carlos a ese sucucho que no tenía nada de atractivo. Si lo era el precio de las colaciones, muy al alcance de nuestras escasas monedas. Nos recibió una mujer de aspecto poco confiable. Se suponía que era la cocinera del lugar quien, después de saludarnos, se sonó con su delantal, lo cual me provocó un asco indescriptible y supongo que también a mi amigo. Pero nuestro apetito era en esos momentos extremo y el deseo de saciarlo no permitía dilaciones.
-Pasen para adentro caballeros ¿Que se van a servir?
-Pescado frito con ensalada, por favor. Y dos Cocas bien heladas si no es molestia.
-Pero re ninguna pues caballeros. Acá se trata de agradar al cliente.
Y diciendo esto, la mujer nos indicó una mesa, cuyo mantel parecía haber sido ocupado recién en una cruenta operación quirúrgica, dada la gran cantidad de manchas que lo jalonaban. Nos acomodamos en unos humildes taburetes tratando de hacer abstracción a tan asquerosas condiciones e intercambiamos un par de frases. Entretanto, la mujer trajo consigo algo que debió ser una radio y la colgó de un clavo que perforaba con crueldad el muro de adobe pintado a la cal. Giró el remedo de dial hasta encontrar una música festiva.
-Gentileza de la casa- dijo - contemplándonos con una sonrisa picarona y se perdió trás la puerta de sebientos vidrios. Nos preguntábamos si la dueña de ese antro sería la hija predilecta del inspector de sanidad, puesto que de otro modo no se explicaban tantas irregularidades, las que habrían logrado hacer sonrojar a un mismísimo puerco.
Los platos llegaron luego con las presas de pescado, unas escuálidas porciones requemadas con una pizca de ensalada a la chilena navegando en la turbiedad del plato, que de limpio no tenía nada. Dos mitades de marraqueta en un plato,cubiertas por una servilleta aún más amedrentadora que el mantel, nos hicieron prescindir de ellas. Las bebidas por lo menos no merecieron nuestra objeción porque estaban heladas y bien envasadas. Pero los vasos eran una asquerosidad y habrían hecho las delicias de algún criminalista ya que estaban plagados de huellas digitales. La mujer, cumplido su servicio, se paró frente a nosotros y no nos despegó el ojo. Algo incómodos ante esta situación, nos miramos sorprendidos y temerosos de que a la mujer le diera por brindarnos una sesión de baile. Pero, gracias a Dios, pareció recordar que había dejado algo dentro del horno y salió presurosa. Entonces aprovechamos de reírnos ante tanta innobleza mientras saboreábamos la mezquina colación.
La sorpresa final vino cuando apareció la mujer con la cuenta. En ella se detallaba servicio personalizado, musica ambiental, almuerzo ejecutivo, reservado premium y vajilla platinum, total de la angustiosa merienda= $ 5440 pesos. Nos miramos sin entender nada de nada. Hasta pensé que estábamos bajo el lente injurioso de alguna cámara oculta. Nada de eso, la mujer no se movió del lugar hasta que hicimos un arqueo de todas las chauchas que se mezquinaban en los bolsillos, que sumadas a nuestros relojes y una calculadora científica, cubrían medianamente la fortuna que nos habíamos despilfarrado.
Por supuesto que días después pasamos a recoger las pertenencias dejadas en garantía pero nos juramentamos a nunca más tener que sufrir el oprobio del hambre por lo menos a cien metros cuadrados de aquel repugnante sucucho...