Eternamente juntos
A mis tías abuelas,
Negra , Adela, Mecha y Julia
A Clara le gustaban los días de sol cuando la primavera tiene brotes
verde-pálidos. Me llamó y salimos del departamento rumbo al bosque.
Caminamos despacito disfrutando los perfumes nuevos, renacidos,
esperados. Yo tenía un poco de calor pero eso no tenía demasiada
importancia. Me sentía muy bien con Clara.
Nos sentamos junto a la puerta lateral del Zoo, ella sobre una piedra
a la sombra del paredón y yo, debajo del árbol. Clara levantaba la cabeza
y me miraba de reojo, de vez en cuando. Luego volvía a su lectura.
La figura de aquél hombre me sobresaltó. Algo en él removió
primitivos instintos en mi pacífica existencia. Quise advertirle a Clara
pero ella estaba demasiado compenetrada soñando en algún mar lejano y
tibio dentro de las páginas de su libro.
El hombre, a simple vista, parecía un corredor más en el maravilloso
paseo. Vestía pantaloncitos cortos, remera, buzo y calzado deportivo.
Todo blanco impecable como el corte de su cabello, bien al ras.
Volví a ladrar, ella levantó la vista y le sonrió al sujeto. Éste le dijo
en tono altivo que me sujetara pero Clara, que vivía entre sueños y nubes
de letras, volvió a la lectura después de decirle que pasara tranquilo, que
yo no mordía.
Pude olerlo, se enfureció. Volví a ladrar, esta vez, más fuerte. Fue
inútil. Sacó su arma reglamentaria y disparó. Clara, de un salto, me
envolvió con su cuerpo mientras suplicaba: no, no, no...
Hoy paseamos por el mismo bosque, hoy hablamos el mismo idioma.
Clara me dice, consolándome, que fue una desgracia con suerte. Yo le
pregunto por qué. Porque no tenemos los pies atados a un bloque de
cemento y porque ahora el bosque es todo nuestro.
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