MI UNICO TROFEO
Me gusta la caza desde que soy niño, cuando iba con mi tío al campo a cazar con sus amigos, en ese entonces me regalaron mi primer rifle un B.S.A calibre 22, despertándome lo que luego seria mi pasión, las armas y la naturaleza. Mientras ellos cazaban yo realizaba grandes caminatas tirándole a todo lo que se moviera. A medida que fui creciendo y madurando, la caza me gusto para compenetrarme con el entorno, seleccionando lo que cazaba, para luego disfrutarlo en una buena mesa. Cazando apenas lo necesario para comer, prefiriendo la calidad a la cantidad. Creo que la caza es una tradición ancestral la cual a su vez trasmitimos a nuestros hijos. En mi caso, con Alejandro mi hijo, el concepto fue bien trasmitido, pues a pesar de que desde chiquito lo llevaba a cazar, hoy con 19 años es un conservacionista y amante de todos los animales.
No entiendo al hombre que mata un animal con el único objetivo de colgar su trofeo en una pared.
Con esta introducción sobre lo que pienso sobre la caza, que algunos denominan deporte y yo digo que no es un deporte sino una necesidad ancestral, voy a contar la historia del porque tengo colgados en la pared de mi casa unos hermosos cuernos de chivo salvaje.
Estabamos preparando una salida al campo con los compañeros de trabajo, de las cuales realizábamos dos o tres al año, mezcla de cacería con fogoneada, donde siempre había mas fogoneada con vino que cacería. En esta oportunidad íbamos a ir a una estancia del tío de Romulo, cerca del arroyo campanero en las sierras de Minas.
Aprovechando la hospitalidad del dueño de casa, perfectamente instalados con cuarto, cama, baño y cocina económica, no teniendo mucho que hacer, decidimos salir a recorrer los cerros cercanos, donde hay chivos salvajes, Romulo ya los había visto en ocasiones anteriores, pero nos dijo que eran muy ariscos y difíciles de arrimar, por lo que la cacería resultaba muy emocionante. Caminar por las sierras de Minas tiene una mística especial pues nos da la sensación de cargarnos con una energía fabulosa, por lo que aunque no cazáramos nada, en lo personal ya me sentía satisfecho. Luego de haber caminado como dos horas vimos a lo lejos una manada de chivos, que disparo sin dejarnos arrimar, desapareciendo en un cerro. En la escapada y como no los podía seguir, dejaron escondida una chivita recién nacida escondida entre unas piedras en un matorral, pero al pasar sentimos un balido, y luego de buscar un rato la encontramos. Decidimos llevarla a la estancia para ser criada guacha, el encargado de agarrarla fue el Pocho, que como nunca lleva armas tenia las manos libres. Cuando le dijimos que la agarrara, no les gusto mucho preguntando si mordía, pero se decidió y la agarro en brazos con la ternura que lo caracteriza trasladándola como a un bebe todo el tiempo que tardamos en volver a la estancia.
A todo esto la manada había trepado al cerro y nosotros desde abajo le tiramos infinidad de tiros la mayoría sin ton ni son, al grueso de la manada sin distinguir machos de hembras, jóvenes de viejos, un desastre, los chivos desaparecieron y no vimos que le hayamos pegado a ninguno, como ya estaba anocheciendo decidimos volver a la estancia con nuestra nueva mascota.
Una vez llegados, nos dedicamos a cocinar y truquear un rato, acostándonos temprano, pues estabamos muy cansados. Antes de dormirme me pues a recordar todo lo vivido y algo me decía que habíamos dejado un chivo herido lo que no me gustaba nada, con estos pensamientos me quede dormido, soñando que un chivo viejo hablaba y me reprochaba lo que habíamos hecho.
Al otro día nos levantamos temprano y tomando unos mates en la cocina les conté a mis compañeros lo que había pensado la noche anterior, convenciéndolos de volver al mismo lugar para revisar si no encontrábamos rastros de algún chivo herido. Así organizamos la salida regresando al mismo cerro del día anterior.
Al acercarnos al cerro donde les habíamos disparado, vimos en la parte mas alta del mismo un grandioso chivo viejo con unos cuernos fabulosos erguido, vigilante. Nos fuimos acercando cuidadosamente tratando de arrimarnos lo más posible para poder disparar mejor, pero a medida que nos acercábamos, nos dábamos cuenta que el animal no se movía, no daba señales de vida, pero seguía erguido, vigilante….
Decidimos dar un rodeo y subir al cerro por el lado opuesto que era accesible. Luego de caminar como una hora, logramos subir y al acercarnos nos dimos cuenta que el chivo estaba inmóvil muerto, pero en una posición que parecía vivo. Daba la impresión que aun después de muerto quería seguir protegiendo a su manada, porque no nos quedaba duda que este hermoso ejemplar era el jefe. Corrí hacia él para sacarme una foto, cuando lo agarro de los cuernos para enderezarle la cabeza, teniendo el vacío en mi espalda porque hacia allí el cerro estaba cortado a pique, el chivo se larga un eructo como si estuviera vivo, y yo que estaba dudando si no lo estaría desde hacia rato, me pegue tal susto que lo solté reculando y casi me mato. Una vez pasado el susto con las correspondientes tomadas de pelo de mis compañeros, razonamos que el eructo fue producido a la salida de los gases de la fermentación del ultimo pasto comido, cuando le enderece la cabeza.
Bajarlo del cerro fue historia aparte, pues el animal pesaba bastante y no era fácil de transportar. A mitad de camino decidimos sacarle las vísceras para que pesara menos, tarea que me endosaron a mí y los otros aguerridos cazadores se retiraron haciendo arcadas. Luego de mucho esfuerzo logramos trasladarlo hasta la estancia, donde nos esperaba el tío de Romulo, lo colgamos de un gancho para cuerearlo, carnearlo, (posteriormente Romulo hizo unos chorizos fabulosos) y sacarle los hermosos cuernos. Como éramos cuatro y todos queríamos como trofeo los fabulosos cuernos, hicimos un sorteo y el destino quiso que fuera el ganador. El tío nos dijo que era el chivo más grande que había visto en esa zona. Con el forro donde se originan las semillas del origen de la vida, hice un hermoso forro para el mate. Hoy lo tengo todo mordisqueado por el cachorro de Border Collie de mi hijo, descansando en la pared junto a los cuernos sobre la chimenea de mi estufa.
En las tardecitas de invierno mirando el fuego, con el mate caliente entre las manos mientras acaricio el forro del mate y pienso cuantos ejemplares habrá reproducido su contenido o en la sobremesa, tomándome la ultima copa de vino observando unos troncos de coronilla de cincuenta centímetros de diámetro, que tengo al lado de la estufa, y deberían tener 500 años cuando algún anormal los corto en las sierras de Aiguá, pero esto es para otra historia. Volviendo a la nuestra, entre el crepitar del fuego y el vapor del vino, me parece ver al chivo y sentirle contar esta historia:
Yo ya estaba viejo y empezaba a sentirme cada vez mas desplazado por los machos más jóvenes y muchas veces tenia que poner en su lugar al mas atrevido con algún cornazo, pero esto cada vez me costaba más. Un día que estabamos comiendo tranquilamente, con alguna hembra recién parida, cuidando nuestros nuevos retoños, presiento el peligro que me lo traía el viento en forma de ese olor tan desagradable que emiten los humanos, cuando están excitados en un intento de matar y destruir. Enseguida me puse en guardia advirtiendo al resto de la manada, para que huyera. Pero pensando que no seria suficiente porque las crías no los iban a dejar ir muy rápido, decidí que mi hora había llegado por lo que me ofrecería como blanco para proteger a las hembras y a los mas jóvenes, porque estos idiotas no iban a saber distinguir entre unos y otros y es mi obligación cuidar la manada.
En la parte más alta del cerro para que me vieran, me atravesé en la lluvia de balas que venían para que una vez muerto, estos dejaran huir a los demás. Pero los muy idiotas no se dieron cuenta y me dejaron abandonado. Si bien había cumplido mi objetivo sentía que mi muerte había sido indigna, además tenia la necesidad de tomarme alguna venganza, no podían dejarme abandonado. Esa noche mi espíritu viaja hasta donde habitaban los humanos contactándose con uno de ellos para guiarlos hasta donde yacía mi cuerpo. Una vez que me ubicaron, logre asustarlos con él ultimo aliento que tenia en él estomago y luego me hice trasladar pesando bastante.
Hoy mi ornamenta descansa en la pared de quien contacte rodeado de otros objetos como boleadoras, puntas de flechas y piedras de indio, además de los restos de un añoso coronilla que seguramente cobijó a esos indios y también quizás a mis antepasados.
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