Sentí los rayos solares haciendo surcos en mi cara, me despertaban imprudentemente de mi tardío sueño; al levantarme tuve mucho cuidado de no pisar todo el desorden que había provocado mi inspiración de la noche anterior; tanta euforia me hizo tomar un color tras otro y luego abandonarlos al azar por toso el piso de la habitación; había hecho no sé cuantas cosas hasta el amanecer y ni siquiera recordaba en que momento me había quedado dormido. Mi ropa toda manchada delataba la labor realizada.
Me dirigí al baño como un sonámbulo apartando el enredado cabello de mi rostro, en el espejo observé a un flaco, de apariencia descuidada y profundos ojos negros, quizás lo único que apreciaba de mi mismo. El agua en mi cara enfrió mis pensamientos, creo que no pude encontrar el jabón.
Tomé unos pantalones viejos y una camiseta que por su apariencia parecía haber sido usada por todos mis antepasados. Desenredé mi cabello dándome cuenta que estaba ya muy largo y desayuné dos manzanas imaginarias.
Al bajar por las escaleras del edificio noté que uno de mis zapatos se había manchado de pintura amarilla, mi imaginación le diagnosticó hepatitis.
Al llegar a la calle mis ojos se fijaron en una hermosa mujer que paso junto a mi, quise llamar su atención de alguna forma y empecé a cantar, dirigió su mirada hacia mi... hacia mi zapato amarillo, luego apresuró el paso y se alejó por miedo al contagio supongo.
No era mi intensión llegar hacia ningún lado en particular, así que dejé que mis pies siguieran cualquier rumbo, hasta que me detuve sentándome en el borde de la acera a fumar un cigarrillo, la gente que pasaba por mi lado me observaba con extrañeza, hasta una mujer que caminaba apurada y tropezó conmigo se detuvo y sacó un par de monedas y con gesto caritativo me las dio, sí que mi camiseta estaba bastante vieja.
Me paré y seguí mi camino hasta llegar al punto del que partí, el edificio donde vivo. Subí a concluir con mi pintura, al fin pude terminarla... es hora de empezar con algo nuevo.