Esta noche puedo acostarme tarde. O incluso muy tarde si me apetece. Esta noche puedo dedicarla a sentirme sola. Puedo reflexionar. También puedo levantar los ojos hacia el cielo y conversar un poco con Dios. Esto es lo que suelo hacer cuando estoy malhumorada. Pero esta noche no estoy malhumorada. No es eso. Es algo más. Estoy vacía. El vacío es tan inmenso que lo siento llenarme por dentro, hacerme cosquillas en el cuello, lo siento correr entre mis dedos. El vacío suena y resuena dentro de mí.
Esta noche apagaré la luz del cuarto, abriré la ventana, me cubriré con una manta y respiraré el aire fresco de una noche estrellada de septiembre. Ahora no me importa el futuro. Esta noche la voy a dedicar a pensar en lo que ha pasado, pero ya no voy a echarlo de menos. No me dormiré sólo porque no voy a tener sueño. ¿Acaso podría tener sueño ahora, cuando el viento nocturno huele a caramelo y la risa de los vecinos festejando algún cumpleaños me hace percibir la alegría ajena? ¿Acaso es posible tener sueño cuando el ruído de los coches al pasar me lleva consigo?
No, esta noche no voy a dormir.
Esta noche tocaré mi guitarra. La haré llorar hasta que sus cuerdas hierran mis dedos, hasta que su voz hiera mi oído. Esta noche seré libre porque esta noche estoy sola. No habrá nadie a mi lado, sólo estaremos mi soledad y yo. Mi soledad recién nacida...
Esta noche no voy a pensar en el mañana. Ahora no me importa el futuro. Que venga sea cual sea. No pienso volver a sufrir... Prefiero sentirme vacía.