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POLTERGEIST

Esta mañana me levanté por los ruidos que llegaban desde el

comedor. Los chicos dormían aún. Fui a llamarlos para mostrarles lo

que había sucedido. Me costó mucho desprenderlos de sus camas.

Los muebles estaban prolijamente apilados unos sobre otros en

medio del comedor. Nico me preguntó. ¿Vas a pintar la casa otra vez?

No, le contesté.


Hoy se fueron a la escuela con los vecinos de la casa de enfrente.

Es un alivio que se ocupen de mis hijos cuando yo estoy ¡tan cansada!

Nunca termino con las tareas, es una casa ¡muy grande!


Todas las noches lo mismo. Francisco se queja, dice que le echo

mucha sal a la comida. Pero eso no es verdad; desde que el médico lo

puso a dieta, me ocupo bien de ocultar el salero para evitarle

tentaciones. Los chicos protestan, dicen que la comida tiene gusto feo.

A veces piden pizzas por teléfono y no cenan con su padre.


Cuando regresé del supermercado encontré algunas cosas fuera de

lugar: En el cajón de la ropa interior estaban el salero y la aceitera y

los estantes de la cocina estaban vacíos. Sé que no fue Nico, ni los

mellizos, ni Mamá, que salió antes que yo. Mañana termina su visita

con nosotros, extraña a Papá. Llamé a la policía pero no pudieron

venir porque no tenían un móvil disponible, eso dijeron,

-¡como siempre!-.

Más tarde, encontré los platos y las cacerolas en un placard.


Anoche nos acostamos temprano, después de la discusión, nadie

quiso cenar. Alguien pintó con aerosol rojo las paredes del frente y los

ventanales. El oficial tomó nota de la denuncia y se fue.


Mamá me llamó desde su casa, quería que fuera a pasar una

temporada con ellos, dijo que el aire de campo me haría bien.

Francisco estuvo de acuerdo y los chicos también. Yo no quiero ir.

Cada vez que salgo eso se apodera de mi casa, si hasta cuando

dormimos mueve los muebles, pone todo patas para arriba. Además,

todavía no terminé de limpiar los pisos, ni los marcos de las puertas,

ni planché las medias. No puedo irme.

Francisco mandó los chicos al campo. Pidió unos días en el trabajo

para quedarse en casa. Tal vez así sea mejor y las cosas dejen de

moverse.


¡Cada vez es peor! De noche las puertas abren y cierran a su antojo

y yo tengo que levantarme para acomodar, todo el tiempo. Francisco

no me entiende, cuando lo despierto, si es que logro despertarlo, todo

está en orden. A veces pienso que es una broma que me está

haciendo, pero no es así, no podría levantarse con el Valium que le

pongo todas las noches en su copa de vino, para que duerma tranquilo

y no ronque.


Hoy quise preparar una torta pero la heladera estaba desconectada,

la leche agria y no había huevos frescos. No recuerdo haberla

desenchufado. Habrá sido el gato, antes de que huyera. Más tarde

volví a encontrar los cuadros dados vuelta de cara a la pared. Llamé a

la policía y esta vez vino un sargento que entró hasta la cocina.

Comentó algo que no recuerdo bien sobre el olor... muy fuerte. Llamó

a su compañero.


Las ambulancias se llevaron los cuatro cuerpos. A mí me hicieron

entrar a la parte posterior del patrullero, esposada. Nadie me escuchó

cuando les dije que no podía acompañarlos, que debía ordenar la

casa... después de todo yo no fui, fue eso... no me entienden, nadie

me entiende.


Mientras la patrulla se alejaba miré hacia atrás, hacia la casa. Las

persianas bajaban poco a poco como párpados somnolientos y el

portón se cerraba.



fin




Texto agregado el 14-09-2005, y leído por 133 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
08-05-2006 mis***** laquesoy
14-09-2005 Una narración muy clara y fluída con buen estílo. Un final abierto que deja mucho a la imaginación. Me gustó, te dejo mis 5* Peter_6
 
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