Mi primera vez fue con una compañera de handball. La conocí cuando empezamos primer año. A ninguna de las dos nos tocó con alguna de nuestras compañeritas del primario, y ella fue la primera en sentarse conmigo, por suerte me parecía piola. Tenía mucha actitud, o al menos, más que yo (eso es fácil). Era altísima y flaca. Sofía se llama.
Los martes y jueves me pasaba a buscar junto con otra compañera para ir a Corpofrut, unas cámaras frigoríficas que cuando acababa la temporada de la fruta, la municipalidad usaba para darle actividades deportivas a los chicos.
Una vez, confiados en que mi viejo pagaba las boletas (mis viejos se separaron cuando era más chica, yo no lo conozco mucho, no me importa. La cuestión era que no nos pagaba la cuota alimentaría y se había comprometido a pagar las boletas), nos cortaron la luz. Mi vieja ya había destinado nuestro poco dinero (del seguro social) a otras cosas, y tuvimos que hacerle quince mil llamadas a mi viejo para que nos dé una explicación de lo sucedido. Tuvimos que vivir un par de semanas iluminados con velas, en otoño, o sea, desde las cinco de la tarde hasta las nueve de la mañana. Y para colmo (no recuerdo bien el por qué de esto), no teníamos comida, y nos mantuvimos a leche todo el día. Leche con chocolate a la mañana, leche al mediodía, café con leche a la merienda, y leche con ñaco a la noche (leche-con ñaco-a la noche, por dios!). Odié a la leche.
Todo esto me daba vergüenza, por lo que cuando me pasaron a buscar para ir a handball la primera vez les dije que habían saltado los tapones o algo así.
Para la segunda, les avisé antes, en el colegio, que no pasen por mi casa, que yo iba para allá. Sofía pasó por casa acompañando a su mamá, que ya se había hecho amiga de la mía.
Al otro día en el colegio no me dijo nada, pero ahí se dio cuenta que en mi casa la pasaba re choto.
Al otro día pasó por casa. Pensé que era una colgada, nosotras nos veíamos más que nada los domingos. Le fui a abrir el portón y me dijo: traje una linterna!
Fuimos a mi pieza, a escuchar música en una radio a pilas. Hablamos sobre los chicos del colegio, nos gustaban los repitentes, y de lo amargas que eran nuestras compañeritas. De cómo sería ser grande, y demás boludeces que parecen charlas a esa edad.
En una de esas, acostadas en la cama una al lado de la otra, Sofía apaga la linterna, me abraza, argumentando que le dio sueño.
Cuando me abrazó, no era una calentona, siempre nos abrazábamos, pero al estar en la cama, me sentí levemente caliente, digo, me gustó como apoyó su brazo sobre mi panza, su pera en mi hombro, y el candor de su entrepierna sobre mi.
- Tenés miedo de tu primera vez? Dijo
- No, no sé. La verdad es que no lo pienso muy seguido.
- Te gusta que te acaricien?
- Como?
- Así, caricias en tu cara... – me pasó una mano por la mejilla- en tus brazos... – su mano me recorría y ya estaba disfrutando todo eso- en tu cuerpo... – descansó su mano en mi cintura.
- Sí, es muy lindo.
- Puedo seguir acariciándote?
Sabía que al darle permiso estaba dándole permiso para todo. Y aunque ni siquiera podía imaginarme nada, sabía en qué podía terminar todo.
- O preferís acariciarme vos? ...como vos quieras.
Su tono era más susurrado que antes, como un secreto. No me gustó, parecía que ya habíamos hecho algo ilegal, cuando en verdad recién lo estábamos planeando. Me dio la opción de acariciarla. Eso servía para no deschabarme que me estaba gustando, o para darle la oportunidad a ella de hacer lo quisiera conmigo en su turno... que hacía? La verdad, el morbo me comía la cabeza. Quería todo, y a la vez no.
- Sí, yo. - y que sea lo que dios quiera... que lo que ella me haga después este bueno.
Le acaricié la panza, tenía su piel muy suave, era como terciopelo. Su calidez...
Seguí por sus brazos, pero noté que por ahí no estaba lo que se espera. Le acaricié sus pechitos en desarrollo, y noté que crecían, levemente. Eso también me gustó a mi, y mi intuición me dijo que hiciera todo lo que a mí me hubiese gustado.
La empecé a “amar” como a mi me hubiese gustado. Me acomodé sobre ella, le hice lugar entre mis piernas, y le besé el cuello. El silencio nos acompañaba, la radio no podía distraernos, solo servía para cubrirlo todo. La oscuridad, estar sobre ella, haciendo algo que hasta hace un minuto no me imaginaba que existía, me mojó. Tuve un impulso de tocarme ahí... pero decidí tocarla a ella, ahí.
Mi mano se había metido por debajo de su pantalón de jogging, y mi boca la besaba en el cuello y cerca del oído. Descubrí que tenía más pelo que yo en su pubis, y traté de descubrir cual era el punto exacto donde yo tenía ganas de tocarme, y al parecer lo encontré, ella se empezó a “retorcer”, yo me excitaba, parecía que la lastimaba pero un sexto sentido me decía que lo estaba disfrutando, movía mi dedo de arriba hacía abajo, y sentí que se había mojado igual que yo. Estaba excitadísima, tenía ganas de arquear mi espalda, tenía ganas de tocarme, tenía miedo de todo aquello pero a la vez me daba tanto placer... la besé en la boca.
Nunca había besado a nadie. Mi primer beso fue con ella. Le apoyé mis labios en sus labios y ella me los chupó, y ahí empezó el verdadero beso. Yo no sabía como besar, de a ratos me faltaba el aire, me ahogaba, cuando metió su lengua en mi boca, primero sentí asco, como si fuera un gran moco, pero después me acostumbre, y me gustaba que sea tan resbalosa y carnosa.
Sofía me abrazó y una mano de ella me acariciaba el pelo. Me encantó, y caí de costado a la cama. No pude soportar tanto... placer.
Se puso de costado y quiso seguir besándome, pero la aparte diciéndole:
- Espera... me falta el aire.
- Te gustó?
- Está re bueno.
- Podemos seguir… si querés.
- No, seguimos otro día, vamos a la cocina.
Al otro día volvió, y nos encerramos en mi pieza. En unos tres días nos hicimos expertas en el tema, pero todo acabó cuando volvió la luz en mi casa.
Intentamos volver a hacerlo, en su casa, allí teníamos más tranquilidad, sus padres casi nunca estaban, pero no era agradable. Me había acostumbrado a hacerlo en la oscuridad de mi oscura casa. No tenía el mismo sabor, en su casa era aburrido.
Dejamos de hacerlo totalmente, y con el tiempo cambiamos de amigas.
Me la seguía cruzando en los pasillos del colegio. Me ponía nerviosa, no nos saludábamos, pero mientras yo me hacía la distraída, ella me mantenía la vista fija hasta donde podía. Crecimos, y ella se empezó a vestir con polleras hindúes, collares, y esta muy linda. Anda rodeada de pendejas de quince años que se quieren iniciar en el tema. Yo, no tengo nada que contar.
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