Contar historias de personajes fantásticos de Valparaíso, no es novedad. Contar que viví en un cerro del puerto tampoco. Pero lo que es nuevo, es la historia de una mujer, una autentica mujer del puerto.
En una callejuela del cerro Mariposas, vive la señora Victoria, empequeñecida por el peso de los años, garabatera, caminadora y escaladora de cerros, altiva, mente clara, lengua veloz, pasos cortos, cigarro en dedos, pelo corto bien tenido (me lo corta un mariconcito poooo niñaaa!!!).
Doña Victoria, una vieja que cae mal si no se conoce, que es adorable si alguien se convierte en vecina de ella. Me impresionaba como trataba de huevona a su hija con gran naturalidad. En su mesa no podía faltar la coca cola y el gato comiendo del plato de su marido, el viejo como ella lo llamaba.
Pintoresca personaje, propietaria de su calle, de las casas que administra, de tres animales con nombres de artistas que pasaron por ahí cerca, en la Quinta Vergara: el gato Julio Iglesias (Julito); el gato Rafael; la perra Miriam henández (Miriam)...¡cómo interpretar un grito que a medio día de un sábado dice Miriaaaaaaaaaaan!!!!!!!, vente pa aca perraaaaaa!!.
La señora Victoria, casera de las casas de J. Torres entre el 48 y el 56, es administadora de la que era mi casa, de mi nido, casona antigua dividida y requetedividida que tenia asigando el número 52. Al menos tenía entrada propia, mi llave, mi ventana, mi balcón, mi mundo. Ella tenía el número 54, o sea era directamente mi vecina; curiosamente una de las paredes que dividía su casa de la mía tenía una parte de plumavit... en esa parte de la casa, compartíamos música, gritos, y la radio festivaaaaal!!!!!!!!!...din don din don din don din don...na na naaaa din don din don....festival!!!!
Un día de marzo me invitó a pasar a su casa, de la cual nunca más salí; un día de marzo la invite a ser parte de mi mundo, de donde nunca más saldra.
Sólo sé que en mi vida me ha tocado estar en hermosos lugares, llenos de felicidad y espríritu, y que cada vez que me ha tocado abandonarlos he sufrido. Pero he descubierto que ese sufrimiento es reflejo de un tremendo amor que allí profese, por eso al evaluar la partida de cada lugar, tengo que pasar mis sensaciones por el cedaso del dolor. Si sufro es porque en ese lugar ame lo suficiente, y si no sufro, no tengo pena, ni los recuerdos me aprietan el estomago es porque no ame lo suficiente, ni entregue todo lo que quería.
Desde que regrese de Valparaíso, he sufrido en exceso, porque creo que ame en exceso. Ni siquiera puedo mirar los comerciales de la tv donde sale Miparaíso. Tal vez, no sea tan bueno amar así, porque después se sufre mucho, quien sabe, quizas deba volver al puerto a preguntarle a la señora Victoria qué piensa de esto. |