Ya ves.... nada ha cambiado, sigue estando el vacío, sigue intacta la nostalgia asomada por una ventana sin paisaje, y tu luna dormida, mientras le hablas del amor.
Siguen estando tus flores marchitas, esas que observabas cada mañana con la misma ternura, y acariciabas cada pétalo hasta pincharte con sus espinas.
Nunca creció tu atardecer vestido de ocaso solitario, porque el sol sin ti se oscureció...
Ya no es igual, pues el mar se ve ajeno y solitario, dormido y despiadado. Me recuerda a una fiera sin redes, que intentara comerse a su dueño sin la menor piedad de quedarse solo.
Te recuerdan las estrellas que dibujabas en un papel de plata, y que cada 25 de diciembre recortabas para colgarlas en el árbol de navidad, diciéndome que cada una de ellas era un deseo...
Estas navidades yo he colgado solo una estrella, y le he pedido tu regreso a este lugar vacío, a este hueco frío y solemne que necesita una mirada melancólica, un bostezo de espera, unas palabras que suenan bajito de unos labios que ocultan el dolor.
No queda espacio para mi, pues cada lugar fue únicamente tuyo, dedicado a tu tristeza, a tus miradas entristecidas, a tu mente perdida por los recuerdos pasados, a tus ojos soñadores, a tus pupilas llorosas por ese puñal que ha ido clavando la soledad en tu corazón.
No te gustan mis poemas y ninguna canción te hace sentir mejor. Tu mundo son los recuerdos que esperan dormidos al próximo amanecer que nunca llega. Y campanada tras campanada, nunca llega tu tren. La espuma se funde con la sal, y la lluvia cae con fuerza sobre las hojas marrones que ha dejado el otoño, pero tus brazos siguen cruzados, sin luchar, sin olvidar...
Pasas las noches con la única compañía de un viejo libro resguardado en la añoranza tibia de tus manos y el aroma de un café caliente...
Hoy por fin tu dolor se ha manifestado físicamente, y has llorado toda la madrugada hasta el amanecer. Cuando tus llantos han cesado me he ido acercando a ti, y permanecías sumida en un sueño tranquilo. Tapé tu pequeño cuerpo con una manta, y me alejé.
Hoy has empezado a comprender ese veneno que tanto tiempo mantuviste en tu alma con un por qué que nadie entendió. Cuando despertaste sonreíste por primera vez al ver las flores recién cortadas. Besaste sus pétalos sin pincharte con sus espinas, y al recorrer tu alrededor con la mirada, descubriste ese árbol de navidad, en el cual yo había colgado una enorme estrella con un mensaje para ti:
QUIERO QUE SEAS FELIZ
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