Mi corazón habló esa vez mas alto: ¡ El flautista tiene razón!.
Desoyendo otras razones me incorporé al cortejo de chiquillos que, emocionados, andaban, corrían, saltaban y brincaban en pos de la música. La duda mantenía un gesto grave en mi rostro que contrastaba con las caras de felicidad de los muchachos. Tal vez ya no era mi momento. Hay un tiempo para cada cosa. Pero… ¡¡qué demonios!! ¿ Porqué no habría de tener el reloj en el corazón?. Además… ¡ el flautista tiene razón!.
Recordé a Sara la mujer de Lot y apreté el paso para no mirar atrás. Sentía los ojos de mis, hasta ese momento compañeros, clavados en la nuca. Sabía que sembrarían calumnias atemorizados ante la realidad de mi disidencia; que me quitarían el trabajo amparados en la pérdida de confianza; que se repartirían mis bienes justificados en mi renuncia a aceptar sus reglas. Me preparaba para su rechazo. Desconocía la virulencia inicial, mas, después de la tempestad viene la calma. Pasaría a ser para ellos solo un loco mas. Me sorprendí sonriendo y supe que realmente su opinión no me preocupaba.
Caminamos durante horas por senderos, barrancos y quebradas y aunque la dificultad iba en aumento los muchachos seguían alegres y animados. La melodía precedía nuestra marcha haciendo que la flauta, en manos de su dueño, semejase un machete de explorador en medio de la selva. Poco a poco el camino fue haciéndose angosto y llegó el momento en que nos vimos obligados a caminar en hilera por un estrecho desfiladero.
La columna se fue estirando hasta perderse en el horizonte, mientras el flautista conservaba, sin desfallecer, el mismo alegre ritmo. Al pasar entre dos enormes rocas, que parecían una sola dividida por el filo de un hacha, el melodioso sonido se fue debilitando con lo que algunos muchachos se fueron quedando rezagados y finalmente se perdieron. Los que conseguimos, con nuestro esfuerzo, coronar la cima contemplamos, al otro lado de la montaña, un fabuloso espectáculo que me recordó enseguida a Shangri-la. El aire fresco y limpio permitía ver con claridad y profundidad cada árbol, cada rama, cada hoja, cada flor…
La armonía preside cada momento de mi vida aquí. Ya no volveré. Pero si veis pasar al flautista, podéis seguirle y venir conmigo a esta tierra de las personas partidarias de vivir. Aquí os espero.
Partidario de Vivir. Oscar. 8 de febrero de 1992
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