Ese único y desesperado instinto, muchas veces estúpido, de preservación. Tratar de conservar un corazón, por muy golpeado que ya esté. Deshacerte de ella, como salida al ojo del huracán. Sobrevivir, esa es tu obsesión.
Ándate, ya no más. Fuera de aquí. Ahora sí me cansé. El portazo. El silencio. La cama medio vacía. El cuarto a medio llenar. Ya te liberaste de ella, de tu demonio, de tu fantasma ¿Y ahora qué? La miseria sigue resoplándote en la nuca. El aroma de la muerte que nunca te abandona.
Tal vez tenía razón, tantas veces que te lo dijo. El problema no es ella, ni el hijo de puta de mi jefe, ni el desgraciado de la lavandería, ni el vecino de arriba con sus escándalos, ni el perro del conserje con sus alaridos nocturnos, mucho menos la ancianita que te jodió la puerta del coche con su paraguas. Eres tú ¿no lo entiendes? el problema eres tú.
El café se enfría Andrés. Enciende rápido otro cigarrillo, se te hace tarde para el trabajo. Olvídate de Silvia. Ya no hay marcha atrás. Esa metida de pata es suficiente razón para que te odie. La echaste de casa, así no más. Sus pequeñas manías te parecieron insoportables, la maldijiste al escuchar su tercer ronquido, le dijiste que cambiara de desodorante. Es que eres terrible Andrés, insoportable.
Peor ahora... solo.
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