Desde el rincón Dosantos evoca el pasado en un sueño grato: los días felices en los que él y su familia trabajaban las tierras que con tanto esfuerzo habían comprado.
De repente, el "gong" que anuncia el séptimo asalto le devuelve al presente. Su boca dibuja una sonrisa que ilumina su rostro ensangrentado. Recuerda. Tiene que levantarse y seguir luchando. No va a ser fácil. Las piernas a duras penas le permiten sostenerse. Le tiemblan las manos, y sólo acierta a ver sombras borrosas que se cuelan entre sus ojos cubiertos de sangre. Da dos pasos. Su contrincante reinicia la danza macabra. Golpes duros a la boca del estomago, combinados con directos y patadas bajas, rompen su ineficaz defensa por todos los flancos.
La multitud, embrutecida, grita enrabietada. Quiere sangre. Dolor. Muerte. Han pagado 1000 dólares, a cambio de un combate en el que vale todo. Dosantos está dispuesto a cumplir con su parte.
El último gancho de izquierda le deja maltrecho. El aire entra con dificultad en sus pulmones. Tiene una extraña sensación de sequedad en la boca. Nada comparado con lo que llega a continuación. Mano de Piedra, el nombre de guerra del rival que le ha tocado en suerte, quiere acabar pronto. Los impactos se suceden con velocidad. Dosantos es un dócil saco en manos de su oponente. Sin embargo, sigue sonriendo. Lentamente vuelve a entrar en trance. Un coche a lo lejos. El ruido del motor cada vez más próximo. La puerta que se abre, dando paso a un traje elegante. La mirada fría, sin el menor rasgo de compasión. La voz seca y el seco mensaje "Un mes de plazo, o te quedas en la calle". El rostro de preocupación de su mujer. Su hijo jugando a lo lejos….
Falta menos de un minuto para el final del asalto. Dosantos tiene un momento de claridad, el tiempo justo para intuir que llega la hora. Ve cómo prepara el golpe su oponente. Cómo gira la cadera y cómo lanza con agilidad la pierna derecha para armar un impacto definitivo que empuja su tabique nasal, y éste al cerebro. El público enmudece, acompasando su caída hacia el silencio. A pesar de todo, Dosantos esboza una última sonrisa. Mañana su familia no tendrá que preocuparse por nada.
|