Una de estas noches que pasaron, aburrido, insomne, sentado frente a la calidez de la pantalla de la televisión, me sorprendí. A las tres de la mañana no hay mucho para ver: películas que ya conozco, partidos memorables (pero también conocidos), gente que vende paraísos, perdón, alegría, properidad y sacademonios -de éstos tendría que escribir más de lo que este espacio me permite y meterme en un merengue político-social-religioso que no estoy dispuesto ahora a aguantarme. Pero lo que me sorprendió fue un canal en el que durante dos horas más o menos, ofertaban soluciones baratas para la vida cotidiana, esos que por tan sólo cuarenta pesos te borran el acné con extracto de baba de caracol, o te enderezan la columna con un colchón que se aguanta (y ahí te lo muestran) a dos lobos marinos gigantes y a un acróbata haciendo piruetas, como si yo tuviera en casa dos mamíferos semejantes que me jugueteen arriba del colchón. Imagínense tal situación. -Pichi!! Tuki!! abajensé de la cama!!! Caminen pa juera!!!- No se me ocurre algo más exéntrico, no por eso deja de ser una solución para la gente que sí tenga incorporados a su familia a estos simpáticos animales marinos.
Pensé... "Ojalá la cosmovisión latinoamericana no se convierta en televisión" "No sea que terminemos creyendo que la solución a todos los males se encuentre en la plata que esté dispuesto a pagar el televidente". Entiendo que el fin de nuestro amigo el promotor publicitario sea ofertar soluciones a cambio de dinero; que no van a andar publicitando buenos modales, respeto, contención familiar, tolerancia; estos valores no se venden, se enseñan gratuítamente y en la vida real, que está tan lejos de parecerse a lo que nos muestra la tele, afortunadamente. Ya me gustaría a mí tener los abdominales del perejil que promociona con una sonrisa enorme un aparato para ejercicios que más que aparato parece un andamio; o el pelo grueso, brillante, abundante de aquél otro que afirma que ha descubierto que la caca de mono tití dismunuye la caída del cabello; o los pulmones de quién oliendo un tarrito deja de fumar automáticamente. Pero señores, sinceramente, no ando con muchas ganas de treparme a un andamio, de embadurnarme la cabeza con porquerías y mucho menos de andar con un tarrito para todos lados y olerlo a cada vez que me quiera prender un pucho; no estoy preparado psicológicamente para refregarme baba de caracol y sería verdaderamente costoso para mí alimentar a dos lobos marinos para justificar el cambio de colchón. Vamos, que soy flaquito y este me viene aguantando bastante bien. |