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Inicio / Cuenteros Locales / uncafeporfavor / ¿De que color caga un toro?

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¡Que delicioso estuvo el desayuno! – Pensé, mientras seguía caminando frente al almacén “la costurera feliz”. Si había un placer en ese pueblo, era la comida. El sazón con el que cocinaban en casa de mi primo era especial. Ya llevaba varios meses trabajando en la sierra, y de seguro ya había subido de peso un poco.

Como cada mañana caminaba con dirección a la veterinaria, donde atendía desde vacas con problemas de parto hasta pollitos con problemas para caminar.
Miré hacia adentro del almacén sin detenerme, y ví que aún tenían mucha tela azul, del mismo estilo con el que había hecho los cobertores para cirugía de perros.
Seguí caminando, y me imaginaba haciendo la próxima cirugía de orejas, cubriendo a mi paciente de patas a cabeza y mostrando mis habilidades a las personas que se detendrían a verme trabajar a través del cristal que dividía el consultorio de la calle.
Pasé por la cancha de basquet, donde rara vez había jugadores. Más bien utilizaban la torre para amarrar hilos que sostenían puestos de chucherias y pensé en lo aburrido que sería estar vendiendo chucherias en la calle todo el día.
A las 9:00 en punto abrí la veterinaria, siempre éramos puntuales. Inmediátamente después me senté frente al mostrador, con un lapicero en mano y hojas blancas para escribir cartas de amor. Eso solía hacer en mis ratos libres.
Ser veterinario es la mejor profesión del mundo –Pensé-. Siempre se tienen anecdotas.


Primera visita


Mientras escribía, una voz me distrajo – ¡Días médico!. Al levantar la mirada observé a un hombre.
Esta gente a veces ni siquiera dice “buenos días”, sino solamente “días”, “tardes” o “noches”, con un acento de menor a mayor que pareciera que estan entonando una canción.
Buenos días, ¿que se le ofrece? – le dije
"Pos… es que quero que me de una medecina",- respondió, mientras miraba al becerro de dos cabezas disecado en lo alto de una vitrina.
"Lo que pasa es que mi Apá quere una medecina para el toro".
Y que es lo que tiene el toro? – le pregunté
"Pos creo que chorrillo y no quiere comer".
Ok, déjeme hacerle unas preguntas antes de recetarle algo.
Dígame usted… ¿Hace cuanto desparasitó a su toro?
"Pos hace poco – JEJEJE", se reía, como pensando “a que doitor, ¿pa’ que me hará estas preguntas?"
Es importante saber hace cuanto tiempo?, y ¿Con que? ha desparasitado. Hay muchos parásitos que producen diarrea y los animales pierden el apetito. Probablemente sea un caso tan sencillo que se controle con un desparasitante – Le dije.
"¡Ahh! pos yo creo que eso es. Porque el toro tiene chorrillo y nomás no come nada" –respondió sin dejar de ver el becerro de dos cabezas.
Déjeme hacerle más preguntas, así podemos llegar mejor a un diagnóstico.
"¡No! Yo creo que son esos bichos que uste dice, nomás deme la medecina y yo le digo a mi apa que se la den. Es que ahorita ya ando de prisa porque voy a visitar a mi madrina que le va a mandar un recado a mi amá".
Me dirigí hacia atrás, donde estaba la medicina y regresé en un instante. Dele esto en un litro de agua- le dije, y traigame una muestra de heces para hacerle un examen coproparasitoscópico.
"No pus yo no se ni leer"- me dijo, "¿pa’ que me va a hacer un examen?"
El examen es… - dudé en explicarle… Tiene que traerme excremento del toro, para ver si tiene esos “bichos” de los que le hablo.
"¡Ah!… pos ta bueno, yo le digo a mi apá. Hasta luego médico".
El hombre se fué y me quedé pensando… - ¿cómo puedo saber que es lo que ese toro tiene realmente sin siquiera haberlo visto?. Un veterinario sale al campo, a la aventura, a salvar vidas animales. – y me quedé asintiendo por un rato, en señal de aprobación de mis ideas.


Segunda visita


A veces llamar al veterinario para atender a un animal es un lujo – pensé.
No toda la gente tiene la educación para prevenir enfermedades y casi todos quieren “curar”. A veces la cura “si es que la hay” sale mas cara que el mismo animal.
Sin embargo, esa mañana atendimos a algunos perros. La mayoria de ellos eran traídos para vacunas.
Algunas otras personas fueron a comprar las vacunas para ponerselas ellos mismos a sus perros, o a sus gatos.
Pobre gente –le dije a mi primo. Con poco dinero, pero hacen el esfuerzo, y eso ... es de admirarse. Aunque a veces sin tener idea de cómo inyectar, o de principios básicos de medicina, la gente se “avienta” a jugar al doctor. Inyectando con la misma jeringa a varios animales, exponiendo las vacunas a temperaturas arriba de los 4 grados celcius, o a veces dejando cojos a los pobres animales que son vacunados. En fin –le dije. Más vale ese intento que nada. Nuestra obligación es tratar de mostrar poco a poco a la gente, dándoles consejos de como conservar los medicamentos, o como inyectar, o venir a vernos cuando aun no sea demasiado tarde.
Yo creo que pasaron unas cuatro horas, cuando entre toda la gente escuche una voz que decía: "¡Tardes médico!"
Miré hacia donde venía la voz y ví a un hombre que, aunque su rostro parecia conocido, no lo identificaba bien.
"Quiero que me de una medecina pal toro" -me dijo, mientras miraba al becerro de las dos cabezas.
"Y es que dice mi apá que la medecina que le mandó no funcionó, y que el toro caga como que rojo".
En ese momento recorde al hombre de la mañana, al cual le había mandado un desparasitante para su toro, el cual tenia diarrea y falta de apetito.
¿Usted quien es? –le pregunté.
"Pos mi hermano vino en la mañana y usté le dió algo pal toro, ¡o que! No es aquí la veterinaria? "– preguntó, mientras se acomodaba el sombrero con la mano derecha y se alzaba el pantalón con la izquierda.
Sí, ya recordé. – le dije.
Su hermano vino hoy por la mañana. Hablaba de un toro con diarrea y que no comía.
"¡Nooooooooo médico!" –exclamó con un tono medio cantado. "El toro está cagando rojo".
Su hermano no mencionó nada de eso – le dije. ¿En donde está exáctamente su toro? Yo creo que deberíamos ir a verlo.
"¡Pos está re-lejos médico! Yo creo que ni tiene nada el animal. Lo que pasa es que es el consentido de mi apá".
A veces infecciones del aparato digestivo provocan sangrados en el excremento – le mencioné, tratando de explicarle las posibles razones.
"Pos yo si creo que ha de ser una infeccioncilla, porque ya ve que ahora con la epoca de lluvias les agarran esas cosas".
Saqué unos antibioticos y unos antidiarreicos. –Inyéctele esto. Y dele esta medicina tomada. Si el toro no mejora de aquí a mañana venga a verme.
"Ta bueno médico, yo le digo a mi apá".
-Yo me quedé pensando. Cuanto dinero se gasta esta persona en medicina y viajes y no quiere que el veterinario vaya a ver al toro.
En fin, -suspiré profundo, como si ya no hubiera otro remedio, mientras veía a una linda muchacha pasar caminando por la asera de enfrente.


Tercera visita

Las muchachas mas guapas de este pueblo resultan ser de la familia – le dije a mi primo, con un tono de decepción.
"¡Ahh pues claro!" –exclamó mi primo. "¡Imagínate! Hay de todo. Tenemos primas altas, blancas, de pelo lacio. Otras son mas bajitas, con curvas bien proporcionadas, ojos negros, grandes. También tenemos de ojos azules, como las hijas de tio fulano".
-Sí, de tio fulano. Al cual ni siquiera conozco.
"La familia es grande" –me dijo, "y es normal que no conozcas todos los familiares, los cuales a veces son tan lejanos que ya no son ni familiares. Pero ya sabes… por tradición, costumbre o hábito, se les sigue llamando: Tio, tia. ¡Ahí va la hija de tia fulana!, ¡Fuí a casa de tio fulano!, ¡que ya se murió tio perengano!".
Asentí con la cabeza. –y al mismo tiempo pensé: Yo no me veo casado con una mujer de aquí. Yo creo que mi futura esposa está en otro país.
Que disparates digo –pensé otra vez-. Ni siquiera conozco bien las mujeres de mi ciudad y creo que “mi mujer ideal” está en otro país. ¡Soy un malinchista!. Pero a mi me gustan las güeras – volví a asentir, alzando una ceja, como pensando: “sí, en otro país”.

La vida del pueblo es bonita, pero es sólo eso “vida de pueblo”. Hay cierta edad en la que es imposible controlar los sueños e ilusiones. Querer apagar los sueños de un soñador es como pedirle a un niño de 6 años que no sueñe a ser superhéroe.
Yo creo que todas mis ilusiones de irme al extranjero comenzaron cuando escuché unos años antes a mi amigo y supervisor de tesis Carlos, cuando relataba su historia y experiencias en el extranjero, en aquel bar de Veracruz el “river plate”.
“Al ir volando sobre Uppsala, casi a punto de aterrizar, miré por la ventanilla del avión –Dijo Carlos, alzando su copa hacia el frente y haciendo como si mirara a través de la ventanilla de un avión. Sus cejas se alzaron y sus dientes se vieron, como cuando uno ha visto algo impresionante. Lo único que ví fueron campos blancos, llenos de nieve, y en ese momento me dije a mi mismo: ¿Que madres hago en este país?”.

Yo nunca he estado en un país diferente –pensé. ¿Acaso el choque cultural y geográfico siempre es así?. ¿Acaso yo también voy a decir lo mismo cuando mi avión vaya aterrizando en Uppsala?.Ojalá me den la beca –pensé.
Ya hasta había perdido la cuenta cuantas veces había metido solicitudes para becas al extranjero. Yo también queria irme a Suecia, pero siempre me decian que mi perfil no era suficiente. Yo creo por un lado tienen razón –pensé, mientras me mordia las uñas y la vista se me perdía en las memorias.
Para poder irse al extranjero uno debe hablar inglés, incluso si te vas a España, donde llaman a Luke Skywalker "Luke Trotacielos", JAJAJAJA, -yo sólo me hice reir.

El día era normal en cuanto a actividades. Vacunas, revisiones de algunos perros con otitis, y hasta atendí a una ardilla que tenía una perforación en el costado izquierdo. Una de esas heridas crónicas causadas por larvas de insectos que crecen y maduran entre la piel y el músculo, deborando y alimentandose de los tejidos de la ardilla, hasta que un día… cuando es tiempo de nacer, brota por un agujero en la piel, dejando una cavidad difícil de sanar porque está practicamente cicatrizada en las paredes, lo cual deja una cueva, del tamaño y profundidad de un dedo meñique.
Después de anestesiar a la ardilla con ketamina, abrir la herida, revivir los bordes de aquella cavidad y volver a suturar, me sentí satisfecho. La ardilla lucía nuevamente bella,y por un instante me sentí cirujano plástico de ardillas. En el costado ya no se veía ese hoyo putrefacto, sino sólamente una pequeña incisión con unas suturas escondidas, prácticamente un rasguño.
Volví hacia el mostrador, platicando de la hazaña, cuando escuché una voz.
-Tardes Médico!.
Buenas tardes –respondí. Y miré al hombre que casualmente miraba al becerro de dos cabezas. ¿Que se le ofrece? –le dije en un tono amable.
Pues es que dice mi apá que quiere que vaya a ver al toro, porque según la medecina que le mandó con mis hermanos no sirvió.
Déjeme recordar. Ahh si…. El toro con diarrea, sin apetito, que resultó ser diarrea con sangre, -respondí. Mi tono de voz seguramente reflejaba mis pensamientos, como si tratara de decir : ¡Lo sabía!,¡Desgraciados irresponsables!, ahora si quieren que vaya. Ahora yo tenía una mueca en los labios, hacia un lado, como la boca de una novia enojada, esperando que el novio le pida perdón por haber llegado tarde, o por haber olvidado la fecha cuando se tomaron por primera vez de las manos.
Pos no sé, -respondió el hombre, mientras se rascaba con el dedo índice la parte trasera del cuello, y alzando las cejas miraba al becerro.
¿Donde está su Rancho? –pregunté.
Pues aquí cerquita, podemos entrar por “la Y” y de ahí derecho está el rancho.
La “Y” era un pueblo localizado a 9 kilometros de la veterinaria. Y pensé que podíamos ir a ver ese toro. Alguna vez hasta me había ído en bicicleta. Si nos íbamos en la camioneta del hombre iba a ser un viaje de 10 minutos máximo.
¿Dónde está su camioneta? –pregunté.
¿Cual camioneta médico?
Camioneta o coche, lo que sea en lo que nos vamos a ir a su rancho.
¡Noooooo médico! –exclamó con su tono cantado. No tengo camioneta. A veces mi apá me prestaba el tractor, pero ya no me lo presta desde el día que fuí a ver a Lupe y se me olvidó levantarle el arado y fuí arando por un rato el camino real.
Yo me quedé mudo, mirandolo a los ojos, como pensando : ¡semejante menzo!. A quien se le ocurre ir a ver a Lupe en tractor y ni siquiera fijarse si el arado va levantado. Si yo fuera tu padre te desheredaba por bruto.
Está bien –volví a exclamar. ¿Entonces como nos vamos a ir a su rancho? Yo tampoco tengo camioneta ahora.
Pos mi apá me dijo que nos fueramos rápido en taisi (taxi).
Mire –le dije con un tono sereno. Usted tiene que pagar el taxi de ida y vuelta, y además tendrá que pagar la medicina y la consulta.
No hay problema médico –respondió, pero vámonos rapidito porque a mi apá le precisa lo del toro.
Espéreme un momento aquí –le dije.
Fuí hacia el interior, y lo comenté con mi primo. El me apoyó en la decisión de ir a ver al toro y sólamente me pidió que tuviera cuidado. A esa hora de la tarde ya comenzaba a oscurecer.



Mejor vamos a ver al toro



Esto es lo que puse en mi maletin:
Mi estestoscopio, un termómetro digital, 5 litros de solución salina fisiológica 0.9% y uno de solución glucosada 10%, jeringas de 10 y 20 ml., agujas del número 16 y algunas del 14, un equipo de venoclisis, un frasco de meglumina de flunixin, 10 guantes obstétricos, 5 sobres de rumenade, una botella de 2 litros para preparar los sobres, un frasco de vitamina K, un frasco de penicilina de 5 millones UI, un frasco de oxitetraciclina, mi overol gris, mis botas de hule y mi lámpara de mano.
Tenía la idea de que encontraría a un toro con una infección del aparato digestivo, la cual debía ser combatida con antibioticos. La penicilina y la oxitetraciclina nunca deben combinarse, pero no estaba seguro de que tipo de infección iba a ser, así que el antibiotico de amplio espectro seguramente iba a ser mi opción final. Además podría estar deshidratado para lo cual llevaba los sueros. Cinco litros de suero puede sonar como una gran cantidad de líquido, y lo es para un humano, pero para un toro de unos 500 kg es casi nada. Mi idea sería hidratarlo, tratar de evitar un choque hipovolémico. Además había sangrados en el excremento, para lo cual llevaba la vitamina K y los guantes para una exploración rectal. Seguramente tenía fiebre y dolor,asi que la meglumina de flunixin calmaría la fiebre y el dolor. El rumen seguramente también habría dejado de trabajar, entonces unos sobres de estimulantes del rumen le caerían bien.
Caminé hacia la entrada, donde el hombre me estaba esperando.
Estoy listo –le dije, vámonos a tomar el taxi al parque.
En el parque siempre había taxis esperando turno. Casi todo el pueblo se conocía entre sí, pero yo solamente conocía a un taxista, el mismo que por las mañanas trabajaba de chofer para la señora de la tienda de enfrente de la veterinaria.
Nos subimos a un taxi, uno de alguien que yo no conocía y el hombre le dijo que nos llevara hacia el rancho, y dijo el nombre de la congregación más cercana.
Asuuuuuu mecha –exclamó el chofer del taxi. Y apoco me va a pagar lo que cuesta ir para allá?
Ni esta tan lejos –respondió del hombre. Además el camino ya esta bueno.
Pues van a ser….. (SILENCIO)…….. hasta allá…….. 200 pesos. –dijo el taxista.
Yo me quedé con la boca medio abierta. Pensé que el taxista era un carero. Doscientos pesos por ir 9 kilometros?. Que absurdo –pensé , pero yo no sería quien iba a pagar el taxi, además de que se trataba de una emergencia.

El toro consentido

Desde que salimos de la veterinaria hasta que llegamos a la congregación yo no hablé mucho. Más bien pensaba mi plan de acción. ¿Y si el toro era de esos cebuinos dificiles de tratar?, bueno, tal vez por estar enfermo no sería tan difícil.

Yo miraba por la ventanilla, mientras pasábamos por lugares que yo ya había visitado antes como veterinario. Más o menos a 5 minutos de viaje, pasamos por la casa donde una vez fuí a ver a un cerdo de casi 200 kilos de peso, el cual tenía una infección en el escroto.
Recordé lo difícil que había sido inyectar al puerco, arriesgando ser mordido con los caninos de casi 5 centímetros de largo. El pelo grueso, áspero y erecto en el lomo lo hacían parecer un lobo gordo, listo para atacar a cualquiera que se metiera al chiquero. Hasta la familia le tenía miedo, por eso es que lo iban a matar. Antes de matarlo debían castrarlo, para que la carne no oliera feo, pues el exceso de androgenos produce ese mal olor. Así que utilizaron una de esas anestesias que llamamos “encimáticas”, ya que entre dos, tres, o más personas se le ponen “encima” al animal para que no se mueva, mientras que uno de ellos con el valor de un gladiador y conocimientos de medicina un poco menos que nulos, hacía dos cortes verticales en cada bolsa escrotal. A veces con la fuerza de gravedad los testículos salían colgando, los cuales serían torsidos tantas veces que no habría necesidad de cortar. Las arterias torsidas se colapsarían y no habría hemorragias, al menos esa era le técnica que funcionaba en puerquitos recién nacidos. Segúramente el dueño pensó: ¿Por qué la técnica no habría de funcionar en un puerco de 200 kg?. Pero obviamente no contó con que las arterias y venas que llevaban y traían sangre a los testículos eran demasiado gruesas y el cerdo tuvo una hemorragia muy fuerte. El dueño con el fin de detener el sangrado había utilizado su franela roja del carro, tan sucia que yo no me hubiera atrevido a limpiar con ella la suela de mis zapatos. El resultado de esa limpieza fué una infección, acompañada de una inflamación que hacía parecer que los testículos aún estaban ahí, incluso mucho más grandes de lo que alguna vez estuvieron. Es entonces cuando decidieron llamar al veterinario, y recordé que esa había sido la vez que viajé en bicicleta hacia ese lado.
-Aviéntele comida de aquel lado! –le dije a la señora. Con la esperanza de que el cerdo se volteara.
Cuando el cerdo me dió la espalda para comer me metí en el chiquero, en su territorio. Me acerqué por su espalda, y casi podia imaginarme la cara de la familia, alrededor, esperando un ataque súbito por parte del animal. Yo estaba nervioso, pero nunca se debe perder el estilo, aunque por dentro te estés deshaciendo de miedo. Sólo basta mencionar a los perros salvajes del Africa, donde son los machos alfas aquellos que tienen más altos niveles de corticosteroides, la hormona que indica estrés. Ser el jefe es estresante -pensé, ser macho alfa es estresante, pero ser subordinado debe ser peor. Ser veterinario e inyectar este cerdote es estresante –pensé.
Como un banderillero que clava sus lanzas en un toro, yo incerté la aguja en los músculos cervicales del cerdo, tan fácil, rápido y preciso que el animal, sin darse cuenta continuó comiendo su maiz. Unicamente se escuchó un “PRHHHGGGRR”.
El resultado de esa inyección de penicilina y antiinflamatorios fué la admiración de la familia, el pago de mi consulta y una bolsa de naranjas cortadas por la hija, la cual definitivamente no era mi tipo de mujer.



Ya casi llegamos al pueblo Médico –exclamó el hombre.
Yo moví la cabeza hacia donde él estaba, en el asiento del copiloto y moví la cabeza en señal de aprobación.
Nomás vamos a pasar a la casa tantito, por unas cosas –volvió a decir.
Efectivamente estabamos en la congregación, en alguna de sus calles. El hombre se bajó del taxi y le dijo que esperara, que no tardaría. El taxista así lo hizo y se estacionó por unos 5 minutos,mientras me platicaba de la gasolina, la cual había subido a 5 pesos por litro.
Las calles eran de tierra, sin pavimentar, y las luces de la calle hacían brillar los pequeños vidrios tirados, probablemente residuos de la botella de algún borracho.
Al cabo de un rato tres hombres llegaron al taxi. Eran los tres hermanos que anteriormente habían ido a verme a la veterinaria. Uno de ellos se subió adelante, en el lado del copiloto, los otros dos se subieron atrás, donde yo iba en el taxi. El que iba junto a mi llevaba una chamarra de piel, un poco larga, de color vino.
El copiloto le dijo al taxista por donde ir y así lo hizo. Comenzamos a descender la sierra, por un camino de terraceria más o menos a las 6 de la tarde. La luz ya era poca, pero aún así pude ver un altar a un lado del camino, con la virgen de Guadalupe. Al pasar exáctamente por ahí, los tres hombres se quitaron el sombrero e hicieron una reverencia hacia la imagen, persignándose al mismo tiempo. El taxista solo hizo la reverencia. Yo no hice ninguna reverencia, más bien me quedé viendo la actitud de los hombres con los que iba.
Cuando el hombre a mi derecha levantó su brazo para hacer la señal de la cruz, parte de su chamarra de piel se alzó. Un brillo metálico a la altura de su cintura llamó mi atención, pero pensé que era su hebilla. Al mirar discretamente un sentimiento de resignación y miedo llegó a mi mente. No se nada de pistolas, revolvers, armas de fuego en general, no se si esa que le vi era de calibre grande, de balas expansivas, con permiso del ejército o de las prohibidas por el ejército, no sé si era calibre 22, o mayor, lo único que sabía es que las armas pueden matar y cuando se está en un lugar completamente desconocido con tres hombres, uno armado y probablemente los otros dos también, con un taxista que no conocía….
Me hubiera persignado – pensé. Mejor no hubiera venido.
A partir de ese momento nadie habló ni una palabra. El taxista puso el radio, pero la señal era pobre entre todas esas montañas. La canción era una cumbia, pero para mi sonaba como la marcha fúnebre.
Después de unos 30 minutos llegamos al rancho, completamente oscuro. Ya no había luces en el camino, pues el alumbrado público ya no cubría aquella área.
Es aquí médico, bájese! –dijo el hombre copiloto. Ahí debe de estar el toro, en el corral. El hombre se bajó y caminó por delante.
Yo tomé mi lámpara, la cual trabajaba con 4 pilas grandes de 1.5 voltios. La luz que emitía era tan intensa que semejaba las luces de un carro.
Al alumbrar hacia el corral vi al toro. Un animal negro, o sardo, no estaba seguro a esa distancia, pero era muy grande, y cebuino, como me lo temía, de esa raza arisca, colérica, difícil de tratar. Sin embargo estaba echado, sólo en el corral, sin ningún otro animal a su lado. Todo parecía normal. El fondo de sus ojos reflejaba la luz en un color verde fosforescente.
Al menos si hay un toro –pensé. Si esto fuera un asalto o un secuestro el toro no debería de existir.
Rápidamente brinqué la cerca de madera, de esas cercas que no todos los ranchos tienen, pues son caras.
Cuando me acerqué al toro, los tres hermanos caminaban detrás de mi. Al llegar al animal, un charco rojo alrededor de su cola se extendía por unos 50 cms de diametro. El toro había estado sangrando, quizá al excretar. Rápidamente abrí mi maletin y saqué mi estestoscopio. Me puse en cuclillas, a un lado de su pecho y acerqué el estetoscopio.
PUMP PUMP!!!....................... PUMP PUMP!.................... –escuché.





(silencio)…….. PUMP PUMP! ……………… nada.







Moví mi estetoscopio y traté de escuchar…….. (silencio)…………..
……………………








Moví varias veces el estetoscopio, lo moví de mis oídos y lo volví a acomodar……… (silencio).

El silencio del corazón se fundió con el silencio de la noche. Hacía menos de 30 segundos el corazón le estaba latiendo. El corazón se le había detenido.
El toro ya estaba acostado de lado e inmediátamente brinqué hacia su pecho, tratando de darle masaje cardiaco.
Dar masaje cardiaco a un perro es cosa fácil, a un gato, hasta a una ardilla. Lo único que debes hacer es comprimir las costillas a la altura del corazón, para presionar la sangre que ahí está estancada, bombeándola hacia el cuerpo, y con ritmo, como si imitaras al corazón que envía la sangre oxigenada, nutriendo al cuerpo, a los músculos, al cerebro que no puede estar sin oxígeno más de 5 minutos sin tener un daño permanente. Dar respiración artificial a un animal pequeño es cosa fácil, no es necesario poner tu boca en el hocico del animal. Se puede usar un tubo con suficiente diámetro para cubrir la entrada del hocico. Se puede soplar en el otro extremo y los pulmones se llenan de aire. El bióxido de carbono que uno sopla activa centros nerviosos que estimulan la respiración en el animal que se resucita. Pero darle respiración a un toro de 500 kg. No es cosa fácil. La fuerza de mis brazos, no era suficiente para si quiera mover un poco las costillas, que para mi ya eran barras de acero que me separaban del corazón que yo quería bombear. Y la respiración artificial… no es fácil cuando no se tiene un tubo que separe el hocico de un toro y tu boca. Aun así, aunque me hubiera atrevido a poner mi boca en aquel hocico babeante, lleno de sangre, mi fuerza torácica no habría sido suficiente para darle resucitación cardio pulmonar a esa bestia que ahora para mi era un gigante de más de 500 kg.
El corazón ya no late –dije en voz alta.
¿Que cosa? –preguntó uno de los hermanos. ¿Pues qué chingao le hizo al toro? ¡Si ahorita que llegamos estaba vivo!
Yo no respondí, sólamente trataba inútilmente de resucitar a un paciente. Pero al mismo tiempo venían a mi mente flashes de imágenes de lo ocurrido en el día, de la ardilla que había sido todo un éxito, del altar de la virgen de Guadalupe, del hombre con la pistola, de los ojos del toro cuando recien había llegado al rancho.
El corazón ya no le late – volví a decirles a los hermanos. En ese momento ya no trataba de darle masaje al corazón con mis brazos, sino que estaba complétamente parado sobre el pecho del animal, tratando de usar mi peso sobre sus costillas, tratando inútilmente de bombear aunque fuera un poco de aquella sangre al cuerpo. Tratando, deseando de ver un poco de vida en él.
El toro está muerto. Ya no respira. –dije.
El hermano que había sido copiloto se impulsó de una carrera hacia donde yo estaba y con todas sus fuerzas pateó la cabeza del toro muerto, gritando una grosería al mismo tiempo, como si fuera un soldado en guerra que acababa de perder a su mejor amigo, reprochándole haberse muerto.
Mi maletín estaba intacto, lo único que había podido sacar había sido mi estetoscopio. Pero… ¿Como puedes convencer en la oscuridad a tres hermanos de que tú no mataste a su toro?, de que cuando tú llegaste la muerte iba llegando al mismo tiempo.
Bueno pues ni modo –dijo el hombre de chamarra color vino, el cual tenía la pistola. Hay que darle al doctorcito lo que mi apá nos dijo.
Ta bueno –dijo el otro, pero pues tú eres al que se lo encargó.
El hombre se abrió la chamarra hacia un lado, y su mano derecha fué moviéndose como en camara lenta, como si fuera a sacar algo.

Toda la vida pasa en un instante, todas las aventuras que viviste se vuelven a repetir. Todas las veces que no te persignaste frente a un altar te duelen, como cuando no se hace la tarea en todo el año y el promedio es muy bajo, insuficiente para pasar de grado. Y uno desea haberlas hecho, porque quizá con eso las cosas serían distintas. Uno desea volver el tiempo atrás y cambiar cosas, o al menos hacer esas que uno no hizo por cobarde, por miedo al fracaso. Tantas cartas de amor que le había escrito a la mujer que poseía mi corazón y no se las había enviado.
Las hubiera mandado –pensé. Me hubiera persignado frente a la virgen –volví a pensar. No hubiera venido –dije finalmente reprochándome.

El hombre terminó de sacar lo que tenía en su chamarra. Pero mi sorpresa no fué ver un revolver, sino su billetera.
Mi apá me dijo que le diera lo que usted dijera de consulta médico, y aparte lo del taisi (Taxi).
Yo me sentí tonto, aliviado, suertudo. Yo sentí que mi prensencia no había ayudado en nada. Aunque tampoco había empeorado nada, como probablemente el hermano que seguía pateando la cabeza del toro pensaba.
Mejor ni debería cobrarles –pensé. Que tal si se sienten ofendidos y me disparan por la espalda. Debería decirles que no hay problema por el taxi, que yo lo pago. Debería decirles que En Paz Descanse el Toro. Que en verdad lo siento… que para la otra me hablen con anticipación, que –

Entonces cuanto es Médico? –volvió a preguntar.

No importa saber cuanto les cobre en aquella ocasión. Lo único importante es que regresé sano y salvo a mi casa.
De regreso, al pasar por el altar de la virgen de Guadalupe me persigné. Ya no lo he hecho desde aquella vez, pero cada mañana al despertar y sentir mi corazón palpitar con fuerza y mis pulmones llenarse de aire fresco, doy gracias y sonrío.
Las cartas de amor ya las entregué, y ahora mismo le estoy escribiendo una más. Ella ya sabe lo que siento.

Texto agregado el 13-09-2005, y leído por 995 visitantes. (0 votos)


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