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- ¿Envenenada?
- Sí, Mary, envenenada...
- Pero, Santiago... cómo...
- Cuando llegué del trabajo ella estaba tirada en el suelo del cuarto. Había un frasquito quebrado cerca de su mano.
- Santiago... amigo, cómo debes de estar sufriendo. Créeme que iría ahora mismo para estar a tu lado, pero ya te imaginarás cómo es el trabajo en este país.
- No te preocupes, Mary. Discúlpame a mí más bien. Volvemos a hablar después de tantos años y yo vengo con esta noticia...
- Calla, Santiago, calla. Siempre te he dicho... te lo dije la última vez que nos vimos allá en Perú... yo siempre voy a preocuparme por ti, siempre voy a quererte.
- Pero ya estás casada, Mary...
- Santiago, sabes a qué me refiero cuando te digo que te quiero, no confundas las cosas. No hablaba de amor de pareja. Tú eres como un hermano para mí, Santiago. De ti sólo tengo buenos recuerdos de cuando fuimos novios.
- Lo mejor es que corte, Mary, sino voy a empezar a decir tonterías. Te llamé porque algo así de horrible, algo como lo que le ha pasado a Tatiana... sólo te lo podía contar a ti. Ya sabes que prácticamente no tengo familia.
- Nuevamente siento mucho lo de tu mujer, Santiago. Sé fuerte, amigo, tú eres muy fuerte, sé que con el paso del tiempo lo superarás. Y no dudes en volver a llamarme si lo necesitas.
- Gracias, Mary.
- No tienes nada que agradecer, amigo.


Santiago cuelga el teléfono. Está en la sala de su casa. Se sienta en el sofá y se agarra la cabeza. Maldice su suerte. Se ha quedado nuevamente solo. El pozo sin fondo de la soledad. El agujero negro que todo lo engulle. Cuarenta años de continua infelicidad. Casi continua porque en la aridez de su existencia dos mujeres lo habían mantenido un tiempo con vida e ilusión. No el amor de su madre que ese nunca lo tuvo, pues ella siempre lo consideró un mentecato incapaz de alcanzar el éxito. No, la primera de esas mujeres era Mary. Se habían conocido cuando ambos trabajaban en una agencia bancaria. Él le había demostrado a todos que no era ningún estúpido y que podía conquistar a la arequipeña de ojos de esmeralda. Qué no había hecho para conquistarla: regalos, piropos, enfebrecidas cartas, sacrificios silenciosos. Finalmente, había caído rendida a sus brazos.
- Tú no me quieres, Mary, nadie me quiere, no sirvo para nada.
- No, Santiago, no digas bobadas, eres un hombre maravilloso, el hombre más bueno que he conocido en mi vida.
Dicho esto, ella le buscó los labios y se besaron.
Fueron seis años de dicha que parecían eternos.
Hasta que murió el padre de Mary y ella evidenció los cambios que ya se habían dado en su interior. Aunque algo ya se había muerto antes en su corazón, la sombra de la muerte del padre carcomía ahora todo sueño de felicidad con Santiago. Ahora sus cinco sentidos estaban concentrados en pilotear la barca familiar que había quedado a la deriva. Pasó a ser madre, no de sus hijos, sino de sus hermanos.
Un día, ella le dijo a Santiago que viajaría a los Estados Unidos buscando más oportunidades. “Voy contigo”, había dicho él, pero ella se negó. Con dolor, decepcionado, Santiago se dio cuenta de que ella ya no lo amaba.
Años de sufrimiento. Intentar matarse hubiese sido innecesario: él ya se arrastraba por el mundo como un muerto.
Hasta que un día conoció a Tatiana. Y nunca quiso ocultarle nada. Le reveló todo lo acontecido con Mary. Y Tatiana comprendió. Esa mujer que se había suicidado hace apenas unos días, lo había comprendido todo. Gracias a ella había vuelto a la vida, nuevamente fabricaba sueños y esperanzas. Tatiana ahora estaba muerta... Envenenada por su propia mano.
Se puso de pie. Ahora que Tatiana estaba enterrada, ahora que había llorado todo lo que tenía que llorar por ella, ahora faltaba hacer algo más para pasar la página de una vez por todas.


Santiago va a la habitación que compartía con Tatiana, cálido recinto en el que había soñado despertar algún día con un niño entre ella y él, un niño que jugara con los dos. Llega hasta la computadora y la enciende. Espera unos minutos y cuando el sistema está listo va a un servidor de correo virtual. Escribe una dirección y una contraseña. Luego de la brevísima espera, nuevamente aparecen en la pantalla los correos electrónicos que fueron puñales. Maldice el día en que se enteró de que Tatiana tenía una dirección secreta de correo electrónico, cuando descubrió la contraseña. Lee nuevamente los mensajes, lentamente, arañanado cada palabra. Lágrimas de amargura. Ahí estaban las palabras del hombre con el cual Tatiana, la segunda mujer importante en su vida, lo había engañado.
Termina de leer. Selecciona todos los mensajes y los borra. Nada más que hacer ahí. Apaga la máquina y sale de la habitación.
Con paso indeciso, ha llegado a la azotea. Ve la interminable miseria de las azoteas de la capital y el cielo que le parece más gris que nunca. Se dirige a un rincón y de un escondite saca el frasquito de veneno. Todavía quedaban algunas gotas. Examina el líquido con el que había eliminado a la infeliz mujer. Acerca el frasquito a su boca, a la nariz, lo besa. Se asombra una vez más del hecho de que unas gotas, unas simples gotas, puedan acabar con toda la maravillosa complejidad de un organismo humano. Observa por última vez el líquido. Lo arroja a la calle.

Texto agregado el 12-09-2005, y leído por 139 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-04-2006 Todo un tema la muerte no?....................Si no lo has hecho te invito a que leas mi último escrito " no importa la edad". Gracias. nazereb
12-09-2005 Muy entretenido.Mientras mas leo sobre el tema, mas entiendo el estado de inercia segura, inminente e impostergable de los seres vivos: La muerte. El_Deporte
 
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