FÁBRICA DE PALABRAS-
Se notaba el frío. Mis ojos lagrimeaban y mis dedos agarrotados no podían sujetar el lápiz. Los héroes descansaban, todos los Rocinantes dormían, aletargados a pesar del buen día que hacía. Sólo un perro ladraba a lo lejos, pero ladraba agónicamente el can, muriéndose tal vez de pena. ¿Qué héroes eran llamados así, cuándo las palabras habían entrado en tal crisis? ¿Cuándo el frío papel se estaba descuartizando simplemente al añadir una coma o un punto, o lo peor; un acento? De repente algo hizo que Julios, el can, aullara. Tomé fuerzas y sequé mis lágrimas. A la par, Julios cesó secamente su fúnebre aullido. Me incorporé de inmediato, y el diccionario corroboró lo que ya sabía: las palabras estaban en agonía, moribundas, en desuso. Algarabía dejó de existir, olmeca cayó en desuso, las terceras entradas de cada palabra no tenían sentido. Trozos en blanco ocupaban la memoria lingüística de cada vate, de cada autor. En la casa de al lado, se oyó un terrible grito. Cale(así llamaba cariñosamente a Caléndula, con la que compartía versos), también lo había descubierto. Estaba al borde de la histeria, sujetando en su regazo el Diccionario Espasa Escolar de sus tiempos mozos, cuando entré en su cuarto. Hipidos entrecortados por toda voz me recibieron, su frágil índice señalándome otro libro, y otro, abiertos al azar, tirados por el suelo, cómo diciéndome "¡¡Por favor, rellénalos!!" Descubrí ese día a una Cale atormentada, asustada, casi muerta.
La abrace, limpie sus lágrimas y le di un beso en la frente, quedóse sollozando y titiritando. Le dije extendiéndole la mano – Vamos Cale, ayúdame. Dame uno de los libros- Cogí, el primero que me dio y empece a anotar las palabras que me venían y seguimos escribiendo el significado de cada una de ellas. Estuvimos varias horas así, llenando páginas y páginas. Ya no teníamos frío. Nos miramos y sonreímos. A Cale le volvían a brillar los ojos. Decidimos comer, cogimos unos trozos de pan los untamos con aceite, limpiamos un racimo de uvas, y cortamos queso.
Llamaron a la puerta. Nos acercamos despacio y miramos por la ventana. Allí estaban el capitán Trueno y Goliath. Les abrimos e hicieron el gesto de silencio. Entraron. Cerré la puerta. Con ellos estaba Julios. “Por fin empezaban a llegar” pense.
Pasaron las horas de la misma forma que pasan las estaciones: sin darnos cuenta. Y sin darnos cuenta, la casa se llenó de gente, tangibles e intangibles, bellos, horrendos, pero ahí estaba Beorn y toda su plantígrada prole, sentados entre las hortensias del patio, estaba Sísifo charlando con el Capitán Marvel, rodeados de faunos , normalmente alborotadores, pero con un aire grave ahora, casi huraño.
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