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¿Quién podía esperar que el hombre reaccionase de esa manera?.

En especial alguien con estudios, un letrado, un profesor, un docente universitario con lustros de experiencia, que supo mantener altercados a altísimos niveles y con personajes de la vida intelectual y pública nacional. Debates dialécticos dignos de ser escuchados atentamente para aprender. ¿Quién podía? Nadie podía.

Pero vino a suceder lo inesperado, y, como corresponde a algo inesperado, justamente cuando nadie lo esperaba.

El ilustrado contendiente miró a su adversario de frente, procesó los improperios de que había sido objeto, intentó moderar el impresionante enojo que esa brutal puteada recibida instantes antes le había provocado, y luego, cuando todos lo veíamos seguro de si mismo, controlado, y esperábamos esa demoledora dialéctica que le conocíamos y apreciábamos, el iluminado genio le respondió escupiéndole un gargajo tan grande, viscoso y verde-amarillento, que al otro le quedó el ojo izquierdo tapado, chorreando el pegajoso elemento hacia abajo via la mejilla del mismo lado.

Pese a lo alterado de los ánimos, el receptor de semejante escupitajo quedó tan asombrado que no atinó a nada. El asco ganó el lugar de la bronca y el hombre no sabía como hacer para limpiarse, porque tener que tocarse la cara le revolvía el estómago. Decidió tomar un pañuelo que tenía en el bolsillo del saco, pero el profesor lo entendió como la búsqueda de algún objeto contundente, por lo que siguió imperturbable: “Eso, para empezar, y ahora esto.” Y contra todo pronóstico, le propinó una impresionante patada en los testículos al puteador, dejándolo semiinconsciente, arrollado en el piso con las manos agarrando su entrepierna.

Ya seguro que al otro le podían contar hasta cien y no se recuperaría, el ilustrado docente dio un paso atrás, se arregló el saco y la corbata, limpió los bigotes de cualquier residuo que pudiese haber quedado prendido de los pelos, y prendiendo un cigarrillo terminó la discusión con un sencillo: “¡Odio a la gente que no sabe dialogar, que todo lo resuelve con barbarismos, con dichos soeces, con vulgaridades, groserías, ¡vale Dios!, nos obligan a ser bárbaros, como bestias ¿es que acaso no tenemos educación?... ¡por favor!” Y dicho esto siguió su camino.

Todos quedaron mirando, todos quedaron pensando.

¿Lo que vieron fue una explosión de ira o una enseñanza?. Porque no podían creer que un ser con esos conocimientos, con tanta cultura, se descontrolara por una calentura transitoria. ¡Tiene que haber sido una metáfora en vivo, un ejemplo, tiene que ser eso!.

Tomando en cuenta los antecedentes del gargajeador, todos coincidieron que si, que lo acontecido era una especie de enseñanza, para que el otro lograse entender. ¡Que hombre mas sabio, hasta en un momento tan difícil de tensión, trasmite mensajes!.

La admiración creció hasta niveles increíbles entre el alumnado.

El vate pensaba en su escritorio: “Si no hubiesen estado alli todos los muchachos, al hijo de puta ese le rompo todo lo que se llama boca, ¡maldito mal parido, venir a mencionar a mi madre!, ¡la putísima madre que lo parió a él, bruto de mierda”.

Y si, amigo lector, de carne somos. (¿Recuerda aquello de: “ Hazte fama ...?”)

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Texto agregado el 12-09-2005, y leído por 142 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
13-08-2007 y héchate a la cama. Me encantó. byryb
 
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