El mediodía me lleno de luz al abrir los ojos. Era la primera vez en mi vida que dormía tanto. Me levanté torpemente y estiré los músculos contraídos. Un sudor espeso se me adería al cuerpo, pero no tenía tiempo de hacer nada. Necesitaba verla, hablar con ella. Necesitaba saber... ¿Saber qué? Ella había dejado todo muy claro y aún así mi corazón alocado ansiaba lo contrario. Salí al patio esperando verla sentada bajo el mismo árbol de todos los días con algún libro en las manos. Me imaginé su cabellera de rizos largos caer sobre su hombro, sus lentes de leer sobre la punta de su pequeña y perfilada nariz, y el libro grande y pesado de letras en miniatura, sobre sus piernas cruzadas. De más está decir que solo encontré hojas secas al pie de aquel árbol. Dirigí mi vista al camino en piedra que conduce al lago. Quizás esté allá... Justo cuando daba el primer paso una mano pequeña me sobresalto al posarse en mi hombro. Me volteé para encontrarme con una sonrisa de dientes blancos que se refleja en los ojos más verdes que esmeraldas de Speranza. Su cabello negro caía sobre sus hombros desde un moño a lo alto de su cabeza pequeña. Su cara en forma de corazón, sus pestañas largas, sus labios abultados... era una mujer madura y preciosa. Le sonreí abiertamente.
- Si buscas a Giovanni, salió con Forte a encontrarse con un amigo. – No sabía que decir. No quería mentirle a aquella mujer que había sido tan dulce conmigo, así que guardé silencio. – Ven a la cocina conmigo, te haré algo de almorzar. – la seguí sin apartar la mirada del ruedo de su vestido verde. Me senté en una vieja silla de madera, y la observé moverse. Parecía danzar entre gabinetes, se movía con la magestuosidad de lo ordinario. Puso un sencillo emparedado frente a mí que deboré sin pensarlo.
- Sé que la quieres. – tocí. El último bocado se me atragantó en la graganta. Ella se paró lentamente y volvió con un vaso de leche fría que bebí apresurado. – Ella se va a casar, Edward, pase lo que pase. – La miré furioso. No podían obligarla. Ella no amaba a ese hombre, más bien lo odiaba con la frialdad de quien odia una pintura vieja que no puede remover de la pared. – Me entiendes mal. - dijo al ver mi mirada. - Ella se casa porque se lo ha impuesto. Ni Forte ni yo la obligamos a ello.
- Pero...
- Verás, Gia a decidido que lo mejor para nosotros y para ella es casarse. A contratado un abogado y redactado un acuerdo matrimonial, algo que le pareció muy extraño al licenciado y al prometido, pero ella insistió.
- ¿Un acuerdo?
- Sí. La familia de Ricco lleva años detrás de la única herencia de valor que posee la familia.
- ¿Pero cómo pude negociar con la herencia familiar?
- La herencia será suya cuando yo muera. Pasa siempre a la primogénita de la familia desde la muerte de mi tatarabuela. – La verdad hasta el día de hoy no puedo pensar en nada que decir que hubiera sido apropiado. Sentía que me acababan de desgarrar el corazón llevándose mi única esperanza.
- Sólo quería que pensaras en esto mientras preparas tus maletas para volver a casa. Tu tren parte hoy y sabes que ella no estará a tu lado. No intentó ser cruel aunque lo parezca.
- Gracias por la honestidad, Speranza. – sonreí forzadamente.
- Las muchachas están en el lago.
- ¿Las muchachas?
- Sí, Stella está con Gia. Stella es la hermana de Ricco y una muy buena amiga de Giogia desde que eran pequeñas.

Aquello apartó cualquier otro pensamiento de mi mente. Gia jugaba con fuego, y no me sorprendería que en el incendio nos llevara a todos, pensé mientras caminaba por el camino de piedra al encuentro de las mujeres que me arrebatarían el alma el resto de mi vida.