Con un miedo que le carcomía hasta las entrañas pero una imposta de frialdad impresionante, Michael llega hasta el restaurante acompañado de esos dos hombres que lo humillaron, mientras su padre, el gran Vito Corleone agoniza en una clínica.
Era un típico lugar italiano de Nueva York de los años '40. Donde los comensales degustaban los platos típicos y decidían el futuro de otros.
Michael habla un poco de italiano con Sollorzo. Al policía solo lo mira despectivo. No olvidará facilmente aquel golpe.
Pide permiso para ir al baño. Sollorzo lo registra con desconfianza.
Camina firme pero temblando por dentro. Nunca ha matado nadie. La pistola tenía que estar en el retrete. La busca, demora unos segundos eternos y ahí está.
Sollorzo y el policía se impacientan hasta que en medio de colores casi sepia, Michael regresa con una mirada más gélida que nunca.
Se sienta, no habla nada mientras Sollorzo intenta sacarle algunas palabras más en italiano. Michael nunca lo aprendió bien. Pero en segundos aprende muy rápido a disparar y les pega dos tiros en la cabeza a cada uno y sale caminando del restaurante, impertubable.
Le espera el imperio de la mafia, del que nunca pensó ni quiso ser el Don.
Corren otros tiempos pero algunas cosas no cambian.
Ha salido de la cárcel hace poco. Fue uno de los traficantes de heroína más temidos y buscados. Era el condenado rey de los malditos.
Tuvo la suerte de cumplir sólo cinco de los 30 años a los que lo sentenciaron. Pero en ese breve tiempo, Carlito cambió. Ahora no quiere ser más un delincuente. Se ha rehabilitado de corazón y sólo desea tener un negocio en las Bahamas y estar con Gail.
El ambiente es sórdido y decadente en ese club donde lo lleva su joven primo. Un tugurio de hispanos traficantes de poca monta pero muy violentos.
Su primo lo presenta al jefe de la pandilla. Les cuesta reconocerlo pero tienen a Carlito Brigante ante sus ojos. "ah, sí claro, Carlito Brigante, el rey de los hijos de puta, hermano", dice uno de ellos.
Carlito distingue en el aroma pestilente, el olor del peligro.
Lo invitan a jugar una ronda de pool mientras que su primo cuenta el dinero con el líder. Carlito pregunta donde está el baño, pero lo retienen y le dicen que no funciona.
En verdad las cosas van mal. Su corazón ha cambiado pero su pasado está en las venas.
Inventa una jugada magistral mientras los segundos se hacen eternos. Mira a su primo metido en problemas. Definitivamente algo no anda bien.
Los pandilleros están embrujados con Carlito y su show. "Esto es magia", dice. Pero con fuerza y decisión sin temblar, le da con el taco en el ojo a uno de ellos y dispara certeramente sobre todo el grupo, que cae a sus pies mientras su primo corre peor suerte.
En medio del baleo, Carlito se refugia en el baño. Ya no le quedan balas, sólo su valor y esa pistola vacía.
Apaga las luces. Comienza a gritar amenzantes palabras. Al otro lado un silencio sepulcral.
Sale de aquel baño inmundo y se va. Todos están muertos o se hacen de puro miedo.
Carlito está triste. No quiere ser nuevamente el rey de los hijos de puta, pero esta mierda lo persigue, lo envuelve. Está atrapado por su pasado.
* Un humilde homenaje a ese gran actor que es Al Pacino y a esos dos colosales directores: Francis Ford Coppola y Brian de Palma. |