Aquella mañana Roberto se despertó más temprano que de costumbre. Normalmente , primero escuchaba el canto de los pájaros, luego, el sonido fuerte y arrollador de las bocinas. Aquel día, todo era silencio. Y estaba oscuro. Sólo pequeñas líneas de luz se filtraban por las persianas.
La noche había sido una excitante y extraña mezcla de sueños y realidades, que lo llevaron a querer saltar inmediatamente de la cama . Sin embargo, el estómago revuelto y el fluído ácido en la boca, lo marearon y lo voltearon de nuevo. Quiso incorporarse nuevamente, pero una sensación de náusea le recorrió el cuerpo entero. Al tercer intento, logró ver el traje azul que había dejado sobre la silla la noche anterior. Aquello fue suficiente. Una fuerza nueva lo llevó a pararse casi de un salto. Todavía podía sentir en sus manos la escobilla con la que había recorrido, con tanto esmero, una y otra vez, aquellas manchas que, a pesar de la saliva con que trataba de borrarlas, volvían y volvían a la superficie de la tela, ya un poco brillante y descolorida.
Mientras terminaba de arreglarse la corbata, pensó en Marta. Sí, en Marta. Después de un par de golpes en cada una de sus mejillas, aspiró el olor a colonia y volvió a pensar en Marta. Tantas veces que se habían encontrado en el almacén de la esquina. El, mirándola de reojo. Y ella, como queriéndolo saludar. Tantas veces que se habían topado. Tantas veces sus manos casi se habían rozado al estirarse para pagarle a don Isaías. Pero, nada. Ni ella. Ni él. Tan recatados que nunca se atrevieron a decirse ni siquiera buenos días. Sí, pensaba y pensó de nuevo en Marta. Desde hacía meses que recorría las líneas de su horóscopo y había descubierto que el día fijado para el encuentro era éste. Por fin podría cumplirse el objetivo de su vida.
Al salir, como de costumbre, se inclinó a recoger el diario. Automáticamente, lo abrió. Volvió a entrar. Como de costumbre, recorrió cada una de sus páginas. De principio a fin. De fin a principio. Con cuidado, con el mismo esmero de la noche anterior, Roberto volvió a doblar el traje azul sobre la silla. Se tendió sobre la cama y cerró los ojos. |