Dicen que todo se contempla según los ojos del observador...


Había rescatado el momento en que su rostro volvía a emocionarse. Cerca de la piel, recreando esa textura ante la vida, sus diminutos poros exhalando e inhalando espacio para multiplicarse bajo la realidad del mundo. Rozado el equilibrio de sus labios interrumpido por suaves movimientos temblorosos, ese palpitar de antiguas lágrimas, la magia del reencuentro después de tantas madrugadas. Mis dedos habían descifrado el transcurrir de aquellos tiempos en la búsqueda de lo distinto e igualatorio, un pasado girando nuevamente por su mente ante la soledad de las alcobas. Ahora su invierno había fugado, alborotado en ilusiones; otra etapa adueñaba la belleza de sus horas en una única mirada, junto al sepia que se esfumaba con el fondo. Me incliné, para cotejar la fuga de esos trazos, tanta suavidad incursionada por extraños, en una vida reflejada frente al mundo...


La gente en la exposición nunca dejó de admirarla, mientras me felicitaba por la obra. Su piel aún ardía en mí como una llama temerosa del olvido. Entonces tomé mi bastón, para seguir el mismo sendero no vidente, que me había llevado a conocerla...

Ana Cecilia.