I.
Si le duele la cabeza, tómese un anti-inflamatorio.
Puede que las barajas no sean tan simples,
que las palabras atoren y sean indescifrables.
El poema suele ser un producto complejo,
cargado de símbolos-redes, adornos que camuflan
la falta de sentido.
Un verso puede ser una llave, pero también un candado
filudo, lleno de piruetas y dientes hambrientos.
Por eso cuando el poema abre la boca, es porque
quiere decir algo menos o algo más que palabras: porque quiere aullar,
citar a la luna; porque quiere gemir hasta el hartazgo.
II.
Los poetas son antropófagos-lotófagos.
Se mastican la lengua, se muerden: caníbales desprestigiados.
Gastan su tiempo en muñequeos,
en infértiles esperas de ramos de luz.
Comen loto: pretenden que las hojas se vuelvan orgásmicas,
que revivan el pasado, la bacanal, la fiesta anacrónica.
III.
El canto de las sirenas murmulla en el poema.
El sonido se escucha, silba a lo lejos.
Seducen estas musas, estas ardientes mutantes
de pechos rebosantes y húmedas conchas.
La palabra quiere penetrar, ensartarse en el océano;
quiere ser espuma, semen, precocidad.
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