La mañana me acompaña con su tristeza. Lágrimas saladas caen de las nubes. Encuentro mi reflejo en el paisaje.
Otro día comienza y la constante se reitera. Imposible es escapar. La realidad me persigue. Él es dueño de mi verdad, de mis días, de mis lágrimas y sonrisas. Él es dueño de todo. Mi carcelero eterno. Mi cruel destino. Mi realidad inevitable.
Mi prisión es enorme y tan reducida. Es el mundo y sólo su presencia. Las llaves para concluir mi encierro las posee él, las llaves de mi corazón...
No desearía nada más en este mundo inventado que un carcelero con su imagen, su carisma y sus ojos que brillan cuando sonríe. ¿A quién más puedo desear a mi lado? El carcelero perfecto. Quien hace que mis días no sean eternos.
Pero los carceleros son malvados, no se interesan por sus víctimas. A mi pesar, no es la excepción. Su látigo más hiriente son las palabras; las que dice y peor aún... las que calla.
Puedo concluir en un destino fatídico si no logro escuchar su voz por última vez. Que me lastime con libertad, pero que no me ignore. Será mi dueño y yo su prisionera para la eternidad.
Creí poder soportar, pero me enamoro cada día más y sus palabras son punzantes que desgarran mis fuerzas. Mis fuerzas para sobrellevar cada día de indiferencia, cada día de amor no correspondido.
Se lo ruego desde la profundidad de mi corazón, que es suyo también, que me ame o deje morir. No puedo más...
Sólo debe recordar que si su elección es dejarme en libertad; caminaré titubeante hacia un destino incierto, pero repitiendo con cada latido: "te amé, te amo y te amaré por siempre, en silencio y con locura".