SOY FELIZ
Curioso es que haya hecho esto. He matado, y nosé qué es lo que viene ahora. Es raro. Quiero matar más, pero mi ética ha resurgido como de la nada. Camino por los renconcomios de la ciudad, y una musiquilla insiste en mis oídos. No puedo dejar de tararearla, y no dejo de pensar en mi víctima, ahí, yaciendo tirada, acompañada de sus propios órganos, bañada con su propia sangre. No puedo dejar de pensar en ella. Cómo no querer lanzarse encima y devorarla hasta los huesos. Pero no pude, sólo desarrollé la acción primera. He fracasado y no dejo de pensar y pensar en qué puedo hacer para pedirle perdón por todo el dolor que le causé y por usarla como instrumento para satisfacer uno de mis más oscuros caprichos. Esque caminaba segura y radiante, expelía exquisitos olores y su atuendo brillaba junto con todos sus colgantes. Pensé que era una presa deliciosa y exclusiva para cazar. Su felicidad brotaba de aquellos ojos hermosos y sentí que una mujer así, no merecía vivir en este mundo tan asqueroso y pestilente. Qué será lo que viene ahora...cárcel, muerte, hacerse el tonto. Opto por lo último ya que de lo contrario, me iría a la mismísima mierda y no podría seguir matando, viviendo...¿Quienes son ellos para limitar mi libertad? Necesito matar, así como un animal requiere de cazar para comer, así como alguien quiere lograr algo asesinando los obstáculos o por medio de terceros. Siento que alguien ciega vidas por mí. Pero no lo permitiré y justamente es esa mi misión en la vida, no dejar por ningún motivo que alguien no me permita asumir la responsabilidad de ser libre. Sé que hice feliz a aquella mujer por medio del dolor...pero al final ¿Qué es el dolor? es tan solo un obstáculo más que secundario para llegar a alcanzar la felicidad o el descanzo total que es la muerte. Por medio del dolor nos podemos liberar de este planeta que nadie me ha preguntado si acaso anhelé alguna vez vivir aquí. A medida que el tiempo pasa, con todos los golpes que se reciben y con lo que me ha tocado vivir, siento que mi cuerpo está anesteciado de tanto dolor así que un dolor final se hace nada. Sigo caminando y me doy cuenta de que la canción que tarareaba estaba muy pasada de moda. Es de aquellos tiempos en que era pequeño y jugaba con los gatos enjutos y ediondos que brotaban como parásitos en aquellos suburbios de la capital. A pesar de la inmensa tristeza que percibía en los ojos de la gente de allí, siempre había música...y música alegre. Buenos eran aquellos tiempos y cómo no querer volver a ser aquel niño indiferente y perspicaz. Ahora me miro y soy nada, pero soy libre. Por eso soy feliz. Pero el problema está en que estoy solo y me cansé de estarlo. Necesito encontrar alguien que piense lo mismo que yo y tenga mis mismas manías. Pero al final lo único que se encuentra son una hoja y un lápiz. Son palabras y más palabras. Cosas tan simples pero acogedoras. Me pregunto si algún día mi lápiz se va a negar también a escribir lo que pasa por mi mente. Siento que mi sombra me observa y que hace lo imposible por desprenderse de mi cuerpo.-¡jajaja lo siento, nunca lo podrás lograr! ¡nunca podrás liberarte de este esperpento idiota!.- Esclavizada de mí, sigue mis pasos. A veces siento piedad de ella. Siento pasos detrás mío, conciente estoy de que alguien sigue mi rastro. No tienen derecho de privar mi libertad. No podrán atraparme. Los pasos se acercan y los míos como por insinto se van acelerando poco a poco y por ende los de atrás también pero aún más rápido. Puedo percibir el sonido de sus armas y la luz de sus linternas. Que por cierto, nunca me han gustado. Prefiero la luz baja sin que moleste a los ojos. Corro silenciosamente y ellos me persiguen con escándalo. Al fin de la callejuela hay un muro, típico al de las películas yankies (¿así se escribe?). Mi muerte no puede ser tan indigna como para culminar así. Como un villano malnacido de un barrio pobre y lleno de tachos. Llego hasta el final y me alumbran miles de linternas. Malditas linternas. De mi bolsillo alcanzo a sacar un arma que robé de la artillería que quedaba en el centro de la ciudad. Los apunto y les grito con mucha rabia lo disgustado que estoy de que me alumbren tanto y de que me hayan hecho correr con tanta intensidad. Pero antes de apuntarme a una de las sienes, sin premeditación un corte circuito se produce en la mente y en la profundidad de mis sentidos. El dolor no me importa, pero me duele tanto el hecho de que no me hayan respetado. Es un dolor desgarrador. La bala se hace nula, pero no dejo de vomitar sangre casi negra. Y una viscosidad que nunca había sentido con tanta insistencia. No les he hecho nada. Derrpente ya no me importan y un color oscuro se va adueñando de mi mente, aminorando mi condición de supervivencia. Nada. Vacío. Al lado mío yace un lápiz. |