El reparto se había hecho de la manera más amigable. La finca, el apartamento, el local comercial y los coches se atribuyeron de común acuerdo. Todo, hasta los recuerdos y las fotos se habían valorado de la manera mas conveniente y llegado después a un satisfactorio arreglo proporcional en cada caso.

Con los niños ocurrió lo mismo: patria potestad compartida, turnos de vacaciones, visitas; no se hizo necesaria la intervención de ningún juez; teniendo en cuenta la indivisibilidad de la descendencia común..., hubo un total entendimiento.

Las pensiones alimenticias se pactaron sin ninguna dificultad. El dinero en efectivo, las cuentas de ahorro, las joyas y algunos valores se distribuyeron equitativamente.

Cuando la casa estuvo vendida y su valor dividido, se detuvieron en la puerta a echar un último vistazo…: vacía por completo; las paredes desnudas; el suelo al descubierto; las esquinas descobijadas… Ellos se despidieron en la puerta con un amigable abrazo.

No quedaba nada que repartir: los años pasados en común, los buenos y los malos momentos, lo que fue logrado y las ilusiones que quedaron…, cada uno llevaba la cantidad que había decidido conservar y no cabían ahí cuotas ni proporciones.

Sin embargo, mientras se alejaban caminando perpendicularmente, a el le remordía la conciencia; no todo había sido justo, había algo furtivo, clandestino que el escondía; algo cuya división no iban a convenir; que ni siquiera habían mencionado desde hacía muchos años; un patrimonio difuso que ella creía perdido para siempre…Estuvo a punto de volver sobre sus pasos para contárselo, pero llevaba demasiado tiempo ocultándolo para descubrirse ahora...

Definitivamente eso quedaría para el…; todo, sin particiones y para el resto de su vida.