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Tembló su voz, cosa rara. Me vestí para asistir a la cita, nos conocíamos tanto que no valía la pena el esmero. Apenas un toque de elegancia, por respeto nomás, ella lo merecía. Me sorprendió esa llamada después de tanto tiempo. ¿Veinte años, treinta…?
Me bajé del auto y caminé hasta el bar del gato, así lo llamábamos. Como antes, pedí un café con canela. El mozo no era el mismo, ni yo tampoco; había cambiado tanto... Lo pensé mientras me relojeaba en el espejo del fondo.
Como a los dos o tres puchos la vi llegar, caminaba más lento. Me hizo un gesto desde la vereda, algo parecido a una sonrisa. Ella también necesitaba confirmar que se trataba de los mismos pichones de aquellos años. Le contesté levantando la mano, como diciendo “aquí estoy, soy yo”.
Cuando se sentó, apenas un ¿Cómo estás? Respondí con alguna formalidad y nos quedamos unos minutos en silencio. Solos aún en compañía, como antes, como siempre.
Dio un par de vueltas y me lo dijo: tenía un achaque. Una de esas cosas que te hacen sentir que la parca quiere chamuyo. Me tocó el de la zurda. Pese a todo, en ese momento sentí que éramos algo más que viejas fotos de juventud juntando polvo en el altillo.
- ¿Tu marido lo sabe? - Pregunté sin querer. Me arrepentí enseguida, no hubiera querido invitarlo a la conversa.
- Soy viuda hace tres años ¿No te enteraste? – No supe qué contestarle. Cómo decirle que había dejado de pensar en ella, que di vuelta la hoja un par de años después de su casamiento. A veces, con dolor, sólo recordaba que alguna vez él fue mi amigo.
Vieja historia: el rico y el pobre; él se fue y a mí me queda apenas un rato. Nada vale que haya echado buenas, la bonanza me llegó después. Ella, que era muy mía, se casó con él. Malas cartas me habían tocado, así que cambié de mazo. Escupir su imagen y pensar que fue por dinero, fue la cuarta que en su momento me sacó del barro.
El segundo café y el ambiente quizás, hicieron que de pronto nos encontráramos charlando alegremente. Entonces lo vi, desaliñado como siempre, con sus libros bajo el brazo. Se dejó caer en la silla junto a nosotros mientras pedía café con un gesto de la mano en alto. Estaba igual que antes, hasta con la misma ropa, aquel muchacho de lentes y pelo largo. Ella no podía verlo, pero allí estábamos los tres.
En algún momento, la charla tomó otro rumbo y ella estaba contándome cuánto lo había amado. Supe que era cierto, esas lágrimas no mentían. Me dio un beso en la mejilla al despedirse y se alejó. No me sorprendió ver la silla de mi amigo también vacía. -Seguro se fue con ella -
Salí a patear la vereda y de camino al auto me sentí bien. Por primera vez en muchos años, sin tanta tristeza en el alma: ella lo había amado…
ergo
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Texto agregado el 08-09-2005, y leído por 823
visitantes. (32 votos)
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Lectores Opinan |
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18-01-2009 |
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Si, el tema, el contexto, no son novedosos, pero si todo lo que hace a la historia. El clima, no es el que se pinta habitualmente, ambos con grandes preparativos y expectativas para el encuentro, el renacer de viejos sentimientos o el desencanto... Aquí se focaliza en otro punto: el cierre. Poder cerrar la puerta entreabierta y quedarse tranquilo. El protagonista no va desesperado tras el pasado, el pasado viene a él a saldarle una cuenta. Es coherente la actitud del personaje, quien había ya renunciado a ella al decir "malas cartas me habían tocado así que cambié el mazo" y señala lo del dinero como una excusa. El final supone la reafirmación de su actitud anterior y entonces vuelve a sentir al amigo como amigo y lo sienta a la mesa. Marea-rioplatense |
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06-11-2008 |
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Muy buen ritmo en la historia, un lenguaje puro que se nos hace familiar para todos los que chamuyamos en los cafés de Buenos Aires. Conserve el estilo, que hace que sea una de las pocas rarezas de esta página. Con todo el dolor del alma 5* JuanDAY |
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07-02-2008 |
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Buena narración ***** anouka |
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11-09-2007 |
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El tema tratado pudo ocurrir. También pudo ver la cara de su amigo. En una ocasión a mí me pareció ver la cara de mi papá muerto en la cara de un hombre que iba por la calle.
Melancólico pero es un buen texto.
**** PeggyMen |
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05-12-2006 |
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¿Recuerda aquella serie que empezó pisando tan fuerte, una tal "Caldo de pollo para el alma" o algo así?. Sí, para mantenerme en perspectiva de vez en cuando he leído historias de esas, a Coelho o Chopra, siempre con vergüenza ajena pero en fin. Ya con unos días remojado en mi inconsciente, sé que su texto es una instantánea de alguno de esos autores motivacionales (elija ud cuál), desde la idea de que el reconocimiento de la verdad te signifique la paz, hasta el contexto en el que se escribe la historia. Vamos, hermano, hasta existe un programa de televisión "Reencuentro con tu verdadero amor". Supongo que podría también suceder en la vida real, y por eso; para evitar calificativos extra, mantenga esto en un grado que no llegue a "cuento", no sea que llegue alguien a decirle " no lo es" (tal vez habrá estado en el programa del que le hablo). No es que sea malo, es solamente que lejos de estar lleno de esquinas gastadas, este texto es una gran esquina, y muy gastada. La edición de esta semana de mi revista gratuita del supermercado tiene en su sección de "viva mejor" lo único que necesito (y soy capaz de procesar) de esta, su historia: "(...para sanar...) Una persona primero necesita aceptar la realidad, lo cual requiere un grado de humildad porque el que perdona admite que alguien realmente le hirió". 451 |
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