Llega el otoño con su cara de niño combativo. Sí. Llega el otoño.

Desde la ventana de mi cuarto veo a los pajaritos posarse en las sillas y en los bancos que han servido de acomodo a un estío que languidece, que ya recula, que busca, manso y sin hacer ruido, su merecido reposo. Parece que los pájaros pían con miedo, como si presintieran en sus débiles cuerpos el final de una etapa y el despertar de otra. Son empujados por los primeros vientos y arremolinados por las primeras hojas. Pero no desfallecen: insisten en su quehacer de aportar música y alegría ante la llegada de la nueva estación. Ellos saben mejor que nadie que nada termina del todo; que si bien los perfumes, los aromas o las luces pueden extinguirse, otras más bellas y más intensas vendrán para suplirlas. Ellos han volado alto, y han escuchado decir a los dioses su máxima de que “nada muere, sino que todo cambia”. Y los tengo enfrente de mí, alborotados y juguetones, para transmitirme la buena nueva de que un cambio se aproxima cargado de dones y gratitudes, de lluvias y soles, mientras hacen imposibles para refrenar las incómodas ventiscas de la grisácea tarde entre unos aleteos que me resultan dolorosamente tiernos.

Los pajaritos conocen todos los secretos de cada uno de nosotros. Las zozobras, las pesadillas, las alegrías y los entusiasmos que iluminan cada mañana son bien sabidos por estos animalillos que tienen más vida de la que imaginamos. En su picos portaban rumores y noticias a confines remotos. Las amadas sabían de sus amados porque en el pueblo, apenas una aldea que dormía entre dos montañas blancas, un número azaroso de ellos habían descansado en cualquier estanque para proveerse de agua. Una vez repuestos, llevaban los alientos y las esperanzas a las mujeres del lugar que sufrían las pérdidas o lloraban las ausencias. Las muertes tenían sus ecos y las conquistas sus resonancias porque allí se encontraban, atentos, para esparcir por todo el orbe la sangre derramada o el amor hallado. Y entonces la quietud volvía a los hogares en forma de risas o de lágrimas, de fiestas o de silencios.

Bueno y malo era traído y llevado a ciudades, países y continentes. Y ahora están aquí. A mi lado. Muchos, muchos pajaritos interfieren en mi escritura. Algo quieren que sepa...

Me lo ha contado un pajarito.


Claudio Rizo.

Claudiorizo@hotmail.com
Alicante - España.

Septiembre, 2005.