Estaba sentado en la mesa de mi oficina, cuando entró aquella mujer, con la mandíbula apretada, los ojos como ensangrentados haciendo que su mirada fuera más desafiante que la de un tigre esperando su presa, sus pasos eran firmes y duros, haciendo que el suelo temblara con su imperioso caminar.
El desprecio que desprendía por la gente se podía notar a mas de mil kilómetros de su posición.
Abrió la puerta del despacho de la jefa y de un portazo cerro la puerta para que nuestros oídos fueran ajenos a sus palabras llenas de ira y veneno.
La conversación fue creciendo de tono, hasta que la simple puertecita de cristal no pudo hacer nada para contener los mugidos de aquel animal desbocado.
Creo que sentí miedo, si, sentí bastante miedo.
Al salir del despacho, la mujer me miró desafiante, me hizo sentirme tan pequeño, y tan frágil que el cuerpo me empezó a temblar y los dedos dejaron de hacerme caso, ya no sabia lo que estaba escribiendo en la documentación que tenía que presentar esa misma tarde.
Gracias a dios, la mujer giro la cabeza bruscamente y se marcho sin decir nada, como si no existiera.
Cuando pude percibir que las pisadas de aquella emperatriz malévola que como los truenos de una tormenta alejándose se iban haciendo más lejanos, me atreví a entrar en el despacho de mi jefa.
Ella mirándome y expresando una pena como la de una madre que ve a su hijo partir hacia algún lugar muy lejano, me hizo sentar y con voz pausada me dijo:
-Diego, ahora tu te encargas de grandes almacenes.
Yo pregunte, - ¿no se encargaba aquella chica de voz muda?,
Aquella chica me enteré al momento había sido el desayuno de la emperatriz malévola,
Todo se me revolvió dentro de mí, solo podía pensar que yo seria su comida o con mucha suerte su cena.
Fue entonces como en todos los cuentos que apareció un príncipe azul para salvar a la princesa que en este caso se llamaba Diego.
Llego sin su brillante armadura, solo con unos tejanitos apretados, un top bastante “bonito”, por así decirlo y una melena densa y ondulada.
Se sentó al lado del pobre diego y le dijo sonriendo, -HOLA SOY RUTH, SOY TU COMPAÑERA Y JUNTOS ACABAREMOS CON EL REINADO MALÉVOLO DE LA EMPERATRIZ!!!!.
Me quede tan perplejo por como un cuerpo tan perfecto, esos rasgos tan femeninos pudieran expresarse con esa voz tan grave, pero a la vez tan segura, que no podía dejar de mirarla.
Así que juntos nos pusimos manos a la obra y como siempre pasan en los cuentos estos dos personajes salieron victoriosos, felices y comieron perdices.