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El ideal de belleza femenina era la blancura en la piel, el pelo rubio o trigueño y los ojos azules, siempre elegían para representar a la Virgen en los cuadros alegóricos a una chiquilla que tuviera esas características y también para las candidatas a reina de la primavera. Eran los tiempos en que el máximo símbolo sexual era la Marylin Monroe, que también era el mío. La única Negra Linda era la Ester Soré.
Era inimaginable tostarse al sol, en el verano las damas usaban sombreros alones o quitasol y guantes blancos.
Las morenas tenían pocas posibilidades, si con buena suerte eran bonitas le decían negritas lindas, el resto eran negras curiches, indiecitas o chinas. Casi todas las nanas eran negritas.

Ester, de tres hermanos fue la única que salió morena, a pesar que sus papás le decía mi “negrita linda”, nunca se la creyó, estaba segura que no era así porque los cabros en la calle le decían “neeegra, negra, negraaa” así como con saña, sin ningún otro apelativo más. Llegó a su total resignación cuando se enamoró de Enrique, el que no la llevo ni de apunte, ni de paseo en motoneta, se puso a pololear con Isabel que era una rucia de ojos claros, la que después fue su mujer.
Y se quedó, con muchos suspiros en el aire, sin saber de besos, sin poder mirarse en otros ojos, sin saber de encuentros furtivos, ni de manos urgidas, ni cartas de amor. Pero de una tía aprendió a hacer tortas y dulces chilenos, eran los dulces y las tortas cubiertas con merengue del más blanco.
Era la mejor dulcera del pueblo, comenzó haciendo las tortas de novios para las fiesta de matrimonio de sus amigas y cuando a éstas le llegaron los chiquillas, siguió con los encargos de las tortas de cumpleaños, las blancas tortas de Tía Ester, tortas de biscochuelo, rellenas con manjar con nueces y cubiertas con su insuperable merengue blanco.
Tenía linda voz, cantaba en la Iglesia y se sabía todos los boleros de Los Panchos y los de Lucho Gatica y Antonio Prieto; Bésame Mucho, Contigo en la Distancia, Ansiedad, Angustia, Vanidad, El Reloj, No me platiques más........
Los dulces chilenos eran su máxima preocupación, tenía encargos de todos los boliches y las fuentes de soda, en todas partes se vendían los dulces chilenos de la Tía Ester. Amasaba y amasaba y huslereaba las hojaldres, hervía la leche para el majar en un paila grande de cobre que le compro a un gitano, batía y batía las claras de huevo mientras vertía de a poquito la almíbar con palitos de canela, armaba los dulces y los metía al horno para que quedaran duritos. Todo su trabajo lo hacía cantando boleros arrullando sueños. Y de tanto moverse de un lado para el otro, de batir y batir, acarrear huevos, harina, canastos y cajas de dulces, tenía firmes los brazos, ni tan planos los pechos, bien torneada las piernas y paradito el trasero.
A los 30 era una virginal negrita soltera sin sosiego, con todos sus encantos escondidos debajo de un delantal blanco como las palomitas de Melipilla y como lo fueron las de Curicó.
Un verano llegó a instalarse al pueblo con toda su familia un italiano panadero. El rucio Gino, era el hijo mayor, el brazo derecho del Don Genaro, que de tanto amasar y amasar de noche y dormir de día, se quedó teñido de harina soltero.
Don Genaro llegó con la idea fija de ganarse al pueblo, con todo su repertorio de masas de panes, panecillos, tallarines, pizzas, donas, canutones y canelones. Al Gino le encargó el espionaje del mercado, y le dio una semana libre para hacerlo.
Como pajarito nuevo, italiano bonito y emperifollado y con un parecido a Vitorio Gassman en jovencito, en todas partes le abrieron la puerta. Hurgueteó por la panadería, las amasanderías y todos los boliches. Se encontró en todas partes con el gancho de las tortas y los dulces chilenos de la Tía Ester. Y llegó a la conclusión de quien tuviese el dominio de los productos de la tal Tía, sería dueño del mercado de las masas, dulces y tortas del pueblo y sus alrededores.
Había que negociar de alguna manera con la vieja, que por ser tía debía de tener su tiempo, se averiguo la dirección de la Ester, se acicaló lo más que pudo y se fue a tantear el terreno. Ella recién venía llegando de la Iglesia y estaba sin su escondite de paño blanco, salió a la puerta al sonido del timbre y se encontró con alguien que le pareció haber visto en el cine y se quedo como con los pie pegados en el suelo, el le pregunto por su tía, no...no, mi tía falleció hace un par de años, yo soy Ester, le contestó. El Gino entendió, se quedó como pasmado con el descubrimiento, y de todo lo que tenía que pasar ese fue el comienzo. Se juntaron cuatro manos que sabían de caricias de tanto, tanto amasar anhelos.
El después de probar y volver a probar todos los dulces que nadie antes probó, de noche nunca más trabajó y a ella se le cumplieron largamente todos los sueños.

A quien alimenta sueños y esperanzas no le falta nunca Dios.

La Sra. Ester quedo viuda joven, crió y educó a sus dos hijos hasta que los vio grandes, dando pensión a las personas que venían de Santiago a trabajar al pueblo y haciendo tortas y dulces chilenos. Estuve como un mes alojado en su casa cuando empecé en la primera preparatoria, mientras el resto de mi familia se trasladaba definitivamente al pueblo. La Tía Ester no tiene nada que ver con la Sra. Ester, es un invento, sí la paila de cobre para el manjar, las tortas, los dulces chilenos y más de algún sueños.

Texto agregado el 08-09-2005, y leído por 228 visitantes. (0 votos)


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