Bebió un sorbo de café, levantó la mirada y la vio a ella acercándose al lugar donde él estaba sentado. Sintió una sensación de miedo, como si hubiera hecho algo malo y como si tuviera que ser castigado por algo que él no había hecho en ningún momento mientras estaba en el Café. Pensó que ella le diría que se alejara para siempre. Pensó que ella lo había visto bebiendo ese sorbo de café mientras él observaba esas largas y suaves piernas que él había tocado la noche anterior.
Se le empañaron los lentes de medida que tenía puestos y se atoró fuertemente mientras todos lo observaban. Tosió fuertemente y sintió que se moría. Se murió por un momento, pero luego resucitó al verla a ella sentada en una mesa del mismo café.
“Un café, por favor”, pidió ella mientras él la observaba con asombro y mientras seguía observando sus piernas que se iban haciendo suyas mientras sus ojos más las miraban. Sus ojos le pedían que siguiera mirando, a pesar de que él la estaba observando hacía bastante rato. Prendió un puro finísimo que se había comprado en aquella ciudad y lo empezó a fumar lentamente, como si quisiera que ella se enterara de que él estaba fumando; como si quisiera que ella lo mirara. Pero ella no lo miraba y él se estaba empezando a desesperar. Él seguía fumando y ella seguía bebiendo su café mientras leía el periódico del día que hablaba acerca de lo mal que andaba su país. Él ya no sabía qué hacer para que ella lo mirara aunque fuera un segundo. Entonces, se decidió y pasó delante de la mesa en la que estaba ella y dejó caer su puro. Ella ni se inmutó y siguió bebiendo su café que se estaba enfriando por el suave viento que se paseaba por la ciudad. Llegó al baño y se miró al espejo. “No me puede estar haciendo esto”, pensó mientras se echaba agua al cabello para verse mejor. Salió del baño decidido a hablarle, pero, a mitad de camino, se arrepintió y se sentó en su mesa.
Era invierno y hacía frío en esa mañana en la que el sol no aparecía. Todos salían a la calle abrigadísimos y no podían ni hablar por el frío que sentían. “Te escribo esta carta para que no me olvides”, decían las correspondencias que llegaban del Perú. Familias enteras se habían ido afuera del país para poder mejorar su situación económica. Sentían que sus vidas se perdían cuando recibían cartas llenas de lágrimas que demostraban que todo estaba mal allá y que de ellos dependía el futuro de sus familias, las cuales estaban en Lima esperando que todo cambiara. Lloraban porque lo único que podían hacer era mandarles dinero a sus familiares que los querían tener cerca, pero que sabían que eso no podría suceder porque en el Perú estarían igual que ellos.
Seguía bebiendo su café mientras leía el periódico que le seguía diciendo que la economía andaba mal en su país, que no había trabajo y que miles de peruanos se iban de su país “para poder lograr algo mejor afuera”. Él la tentaba con la mirada, pero ella no le hacía caso. Ella también era peruana y había llegado allá hacía 2 semanas. Se había ido del Perú porque se había pasado 1 año buscando trabajo y no había encontrado. Entonces, se decidió y se fue allá para poder vivir mejor que en Lima.
A él lo había conocido en el bar del hotel donde se encontraba momentáneamente. Había ido a ese bar con unos amigos franceses que había conocido en Lima y con los que había viajado allá. Él iba a ese bar porque siempre se encontraba con sus amigos peruanos con los que se frecuentaba. Ellos también vivían allá hacía tiempo. Ellos ya se habían acostumbrado a vivir fuera de su país, pero cada vez que se encontraban en ese bar, siempre, después de varias cervezas, lloraban y admitían que se querían regresar al Perú. Él quería regresarse a Lima cuando todo volviera a la normalidad. “Compadre, siempre van a estar así en el Perú, así que no te hagas muchas ilusiones”, le decían siempre sus amigos peruanos mientras tomaban sus cervezas. “Nada como una cervecita peruana, ¿no?”, comentaban ellos, nostálgicos.
Ella seguía tomando su café, mientras miraba al peruano que había conocido la noche anterior en el bar del hotel. Lo miraba discretamente para que él no se diera cuenta de que lo estaba mirando.
Ella era muy liberal en cuanto a su sexualidad y no le importaba lo que el resto pensara de su persona. Por eso, había tenido sexo con “este peruanito en esta ciudad tan loca”, como ella decía al referirse a él, que la seguía mirando.
Él se levantó de su asiento para ir al baño nuevamente. Ella también hizo lo mismo. Caminaron en dirección al baño, que era para hombres y para mujeres, y, al llegar al baño, levantaron las miradas y se vieron. Se vieron en un encuentro sólo suyo y de nadie más.
- Hola... - le dijo ella, muy nerviosa.
- Hola, ¿cómo estás?- le respondió él, sin ningún temor.
- Te vi llegar hace un rato...
- Sí, llegué hace como media hora... ¿quieres tomarte un café conmigo?
- Bueno... solamente porque somos peruanos, ja,ja,ja...
- Y porque nos sentimos solos en esta ciudad tan grande.
Salió ella del baño y él entró luego. Se demoró veinte minutos en salir porque no estaba seguro de lo que hacía. “Tengo que estar calmado. No puedo demostrar que estoy nervioso”.
Llegó adonde estaba ella y se sentó a su lado. Cuando se sentó, logró oler el perfume que se había echado ese día y la noche anterior. Logró recordar que ese perfume, además, había sido el que lo había cautivado.
- Siento que mi día se ha hecho muy largo–le dijo ella con una expresión de insatisfacción.
- Es que recién estamos conversando después de un día entero... –le dijo él para suavizar la situación.
- No, no es por eso. Lo que pasa es que extraño a mi familia y a Lima...
- Como todos los peruanos que vivimos aquí. No eras la única, créeme.
Se miraron por unos segundos y ella lo abrazó en un abrazo que duró una eternidad, como si el destino hubiese querido que se abrazaran. Y duró una eternidad porque ella se había enterado de que su familia estaba pasando por momentos difíciles, debido a que su padre había perdido su empleo. “Yo me quiero regresar a Lima lo antes posible. Me siento mal estando acá y sin poder ayudar allá. No sé cuándo, pero sé que será en unas semanas”. Él trató de calmarla, pero ella empezó a levantar la voz. Su rostro se mezclaba entre la tristeza y la impotencia, y su cuerpo se quería ir de ese lugar. Ella se quería ir de allí, porque quería estar en Lima.
El lugar donde estaban bebiendo el café les hacía pensar que tendrían no sólo que luchar contra ellos mismos, sino contra el hecho de estar alejadísimos de su país. “Lucho, si me quedo más tiempo del que tengo pensado quedarme, creo que no podré aguantar”, le decía Silvia mientras sus ojos se inundaban de unas lágrimas que le hacían pensar a Lucho que tendría que ser su compañero durante el tiempo que se quedara allí, en la ciudad de los miedos sudamericanos.
Mientras él la abrazaba fuertemente y le demostraba que estaría con ella todo el tiempo que fuera necesario, ella lloraba en su hombro y le pedía que se quedara con ella esa noche fría y con nieve de invierno. “Lucho, quédate conmigo esta noche. Te necesito”. Los ojos dulces de Silvia miraron a un Lucho que sabía que tendría que ser la persona que mantuviera el espíritu vivo que había conocido la noche anterior en el hotel de la ciudad.
Cuando eran las 8 de la noche, decidieron entrar al hotel y comer algo. Las miradas de ambos eran trémulas y sus almas sabían que sólo sería una noche más de sexo. “Lucho, sólo quiero que me hagas feliz esta noche”, le repetía Silvia mientras él no sabía si decirle que se había enamorado de ella o aceptar lo que ella decía. Los ojos de Lucho se llenaron de lágrimas y, en un intento por demostrarle su amor, la miró directamente a los ojos en un respiro de vida y le dijo:”Silvia, por favor, no te vayas a Lima. Quédate conmigo”. Silvia, al oír esto, no sabía si amarlo porque la hacía feliz o porque le tenía lástima.
- Lucho, por favor, seamos realistas. Es una cuestión sexual...
- Sí, yo sé, pero quiero hacerte feliz por el resto de mi vida. Podemos ir juntos a Lima y conseguir trabajo allá-le dijo Lucho, ingenuísimo.
- No, no funcionaría...lo siento.
Cuando Lucho se dio cuenta de que Silvia lo estaba mirando en el Café del hotel, supo que se enamoraría perdidamente de ella. “Tengo que hablarle. Lo de anoche no fue en vano”, pensaba Lucho mientras se imaginaba lo que sería acostarse de nuevo con Silvia.
|