Cuando transitaba por esas calles en las que había olor a mar chimbotano, Roberto sentía que debía ser el que tenía que poner las cosas en orden. Sin embargo, él no hacía ningún intento por cambiar lo que había a su alrededor, pues pensaba que en algún momento “otra persona arreglaría el daño” que había allí desde hacía tanto tiempo. Más que ser una luz en medio de ese caos en el que vivían, Luzmila era una iluminación de la que se prendía cuando había momentos en que los problemas hacían que él tuviera que verse en la necesidad de pedir dinero prestado. “Mujer, préstame plata hasta el lunes, por favor. Es que estoy sin un sol. Ya, pues, no seas mala conmigo”.
Cada vez que necesitaba que le prestaran dinero, él siempre pensaba en su amigo Roberto, quien era el que generalmente le prestaba plata cuando la necesitaba. “Compadre, ayúdame, por favor. Lo que pasa es que tengo que pagar el recibo del teléfono. Por favor, ayúdame”, le decía cada vez que tenía una urgencia económica. Lo bueno era que siempre él estaba dispuesto a ayudarlo, aun cuando sabía que él no cancelaba sus deudas cuando debía hacerlo.
La mañana en que realizó la última de sus hazañas como “experto en pedir dinero prestado” tenía la sensación de que todo saldría de maravilla. Antes de salir de su casa, besó a su esposa y le dijo con un tono de voz cálido y dulce: “Mujer, voy a ir a buscar a Roberto. Estaré de regreso en... sí, en tres horas”.
- ¿Tanto te vas a demorar en estafar a tu amigo?- le respondió ella, siempre linda y sonriente mientras veía que sacaba un billete de veinte soles de mi billetera.
- Bueno, me parece que me demoraré esa cantidad de tiempo porque él no es cualquier persona... bueno, lo importante es que lo estafe, ¿no?
- ¡Ya, anda, no más! Pero trae plata.
- Como siempre, ¿no?
Mientras salía de su casa en la que había un clima de amabilidad y honestidad, pensaba que había hecho lo correcto al casarse con esa mujer llamada Luzmila, quien, a pesar de que estaban casados, le prestaba dinero para que él pudiera “sobrevivir”. Además, estaba de acuerdo en que él debía pedirle dinero prestado a su familia y a sus amigos.
Al llegar a la casa de Roberto, después de viajar incomodísimo en un ómnibus que lo llevó a su casa, pensó que si lloraba cuando le abriera la puerta, sería más convincente aún. Toqué el timbre de su casa del distrito de Magdalena y le contestó él.
- ¿Sí?
- Hermano...Roberto, soy yo, tu compadre Rafael...- le respondió con un tono de voz extraño.
- Hermano, dame un segundo, ya salgo- le respondió.
Al verme, se asustó tanto porque, según lo que me dijo después, mi cara parecía la de una persona que había perdido a un familiar. Lo único que pudo decirle fue: “Ya sé de qué se trata...”
- Hermano, no sabes...mi mujer, compadre...
- ¿Tú mujer...?
- Hermano, se fue... ¡Hermano, se jodió todo!
- ¿Se fue a dónde? Pero quiero que...
- ¡Se fue con otro pata! ¡Me jodió la vida!
En ese preciso momento, cuando parecía que Rafael se echaría a llorar, Roberto lo miró fijamente a los ojos y, con una sonrisa que se trataba de escapar entre millones de sentimientos alborotados en su mente, le dijo suavemente: “Compadre, no te preocupe, ya agarraremos a ese animal de mierda que está con tu mujer...”
- Hermano, me ha jodido la vida Luzmila... es que... compadre, es que ella es... yo sé que tú me entiendes, ¿no?- le dijo Rafael a Roberto con un tono de voz suave y, a la vez, dramático.
- Yo lo sé, Rafael, pero tienes que entender que a veces la vida no puede ser como uno quiere que sea...
Mientras la cocina de Roberto se inundaba de un humo lento y mortífero, la mesa era invadida por una cantidad considerable de cervezas que los ayudaba a darse cuenta de lo que en realidad estaban buscando ese día en el que las mentiras y los engaños flotaban en el aire y, más específicamente, en la casa de Roberto en la que los motivos para que esa situación acabara en una gran borrachera con llanto incluido sobraban.
Al cabo de unas horas, cuando todos las botellas de cerveza se habían acabado, Rafael decidió, en un intento desesperado por conseguir el dinero que quería que Roberto le “prestara”, decirle que esa situación lo tenía también un poco complicado en el sentido económico...
- Hermano, dime, ¿qué es lo que necesitas?- le dijo Roberto con cara de preocupación a Rafael.
- Compadre, es que... lo que pasa es que Luzmila se ha llevado todo, hermano... no sé si me entiendes...
- Lo que me quieres decir es que necesitas plata... ¿de eso se trata?
- ...hermano, creo que ahora nos estamos entendiendo... - le respondió Rafael.
- ¿Cuánto necesitas?
- Mira, hermano, no quiero ser abusivo contigo, pero si me pudieras prestar tres mil dólares, te lo agradecería eternamente...
- ...¿tres mil? ¿Por qué tanto?
- Es que, hermano, tú sabes cómo son las mujeres cuando te dejan...
Mientras Roberto oía lo que le decía Rafael, prendió un cigarrillo, el cual le haría tomar una decisión importante respecto de lo que le estaba contando Rafael.
- ...Hermano, por favor, necesito esa plata... es que... compadre, me ha dejado sin un sol... ¡Por favor, necesito que me ayudes!
Al decir eso, Roberto sintió que, de alguna manera, tenía que ayudarlo, ya que su amigo de siempre era solidario con él cuando tenía problemas. Entonces, lo miró fijamente a los ojos y, con una mirada que hubiera atravesado hasta al más descarado del mundo, le dijo: “Bueno, pues, te prestaré la plata que quieres que te preste, pero con la condición de que...de que... bueno, sólo te pido que me visites más seguido con tu esposa. ¿Cómo se llama ella...?
- Hermano, tú bien sabes que se llama Luzmila...pero nunca podré venir con ella por obvias razones...
- Cierto, cierto, discúlpame; lo que pasa es que estoy un poco ido...lo que te trato de decir es que vengas más seguido a visitarme
- Está bien, hermano, así será.
Unas horas después, al llegar a su casa, Rafael le contó a su esposa lo que había sucedido con Roberto. Cuando le terminó de contar todo, ella, extrañamente nerviosa, le dijo: “...mi amor, dime, ¿estás de acuerdo con lo que te ha dicho Roberto?”
- Bueno, me “va a regalar” esos tres mil dólares que le he pedido, ¿por qué?
- ...es que... no sé, no me da buena espina lo que te ha dicho...
- Pero, mi amor, me “va a prestar” tres mil dólares... ¿qué tiene de malo eso si la idea era que me diera esa cantidad de dinero? No entiendo...
- Lo que pasa es que nunca he confiado en él... tú sabes cómo es él...
- No, no sé cómo es él- le respondió Rafael con un tono de voz de extrañeza, como si quisiera saber qué sucedía en la cabeza de Luzmila.
- Es que él es cholo, pues... y, francamente, eso hace que no confíe en ese tipo de gente...
- Pero, mi amor, él es de confianza...además, él nunca me ha traicionado; siempre ha sido bueno conmigo- le dijo Rafael a Luzmila con una convicción tal que ella sólo atinó a atorarse con el pedazo de pan que tenía en la boca.
Al día siguiente, cuando parecía que todo estaba consumado, Rafael se despertó con la consigna de que debía “conseguir sí o sí” esos tres mil dólares que le había pedido a Roberto. Entonces, lo llamó por teléfono y le dijo: “Aló, hermano, soy Rafael. Compadre, estoy desesperado... necesito que me prestes esa plata hoy mismo. ¿Puedo ir a tu casa en media hora?
- ... ehhh, mejor ven en una hora... ¿qué dices?-le respondió Roberto.
- ...ya, pues, no hay problema... voy a ir a tu casa en una hora, ¿ya?
- Listo, compadre, así quedamos. Chau, hermano.
- Chau, hermano- le dijo Rafael.
Rafael recién se percató de que Luzmila ya no estaba en su casa cuando terminó de hablar por teléfono con Roberto. No le dio importancia y pensó que tal vez se había ido a trabajar temprano.
La mañana no estaba muy despierta como para actuar como debía hacerlo. Para Rafael, lo importante era aprovechar el día y lo primero que debía hacer era “concretar ese negocio”, como él mismo decía, que realizaría más tarde con Roberto. Pero Rafael, después de idear su plan durante dos semanas, pensó que debía haber un cambio de planes en cuanto a la hora en que habían quedado en verse. Entonces, decidió ir antes a la casa de Roberto “para tomarme unos tragos con mi compadre”, como pensaba mientras viajaba en el microbús que lo llevaba a la casa de Roberto.
Al llegar a la casa de Roberto, Rafael decidió hacerle una broma a Roberto. Tocó el timbre y cuando Roberto preguntó quién era, Rafael le contestó con un tono de voz distinto al que él generalmente usaba: “¡Hola, Robertito! Soy yo, tu hermano Pepe”.
- ¡Pasa, compadre!- le respondió Roberto mientras apretaba un botón que le abriría la puerta de su casa a Rafael.
Entonces, entró a la casa de Roberto en medio de sonrisas y de carcajadas interiores que le hacían pensar que era “demasiado conchudo con este pata, caramba”. Rafael, en medio de una emoción económica y espiritual enorme, haciéndose pasar por Pepe le gritó desde el primer piso de la casa a un Roberto que reía a carcajadas: “¡Hermano! ¡Compadre! ¿Quieres que suba o vas a bajar?”
- ¡Hermano, sube! ¡No seas tímido! ¡Ja, ja, ja! ¿por qué actúas así, carajo, si tú eres un tremendo pendejo? ¡Ven, sube! ¡No sabes con quién estoy aquí!
- Ja, ja, ja. Ya, hermano, ya subo.
Mientras subía las escaleras de la casa de Roberto, sentía que en la habitación del mismo había una situación graciosa y llena de sentimientos reconfortantes. “Este pendejo se debe de estar tirando a una de las secretarias de la empresa donde trabaja. No lo conoceré, ja, ja, ja”, pensaba un Rafael que tenía la firme convicción de que Roberto tenía relaciones sexuales con una mujer que lo único que quería era unos momentos de placer con él.
Antes de ingresar al dormitorio de Roberto, Rafael decidió caminar lentamente y luego entrar a la habitación de su amigo de una manera violenta para sorprenderlo y “para joderlo a este enfermo, ja, ja”. Pero al ingresar al dormitorio de Roberto, se dio con una muy ingrata sorpresa que nunca él se hubiera imaginado en su vida: su compadre de toda la vida (“hermano, siempre te voy a querer pase lo que pase”) estaba muy bien acostado en una cama en la que había una cantidad impresionante de sentimientos encontrados e infieles. Al verlos echados a Roberto y a Luzmila, sólo a atinó a decirles con muy poca delicadeza:
“¡Ustedes son unas mierdas! ¡Se jodieron, carajo!”
- Pero, mi amor, no estamos haciendo nada...- le respondió Luzmila con una sonrisa nerviosa y cínica.
- ¿Cómo no están haciendo nada? ¡Pero si están echados en la cama y sin ropa! ¡Te jodiste, Roberto!- le respondió Rafael.
- Hermano, déjame explicarte...
Roberto ni siquiera había terminado de hablar y Rafael ya estaba por golpearlo en la cara. Mientras Luzmila gritaba desesperadamente, Rafael golpeaba a Roberto en medio de un clima en el que la confusión y el nerviosismo se apoderaban del dormitorio. Luzmila no sabía qué hacer ni qué decir. Lo más trágico sucedió cuando ella gritó la siguiente frase: “Si se quieren pelear, peléense. Cuando dejen de hacerlo, me avisan, ¿ya?”
Después de manifestarse mientras Roberto y Rafael se golpeaban, Luzmila abandonó la habitación de Roberto y se fue a su casa. Roberto y Rafael, sorprendidos de que ella se hubiera ido de esa forma, se quedaron callados durante unos cuantos segundos. Unos momentos después Rafael se fue de la casa de Roberto sin decirle nada y sin despedirse de él. Se fue rápidamente a su casa para conversar con Luzmila acerca de lo que había sucedido en la casa de Roberto. Ella, al verlo, sintió que solamente debía escucharlo no sólo porque le debía una explicación, sino porque, como siempre, quería que él empezara la conversación.
- Hola, Luzmila...-le dijo Rafael ante la atenta mirada de ella.- Mira, lo que sucedió hace un rato me ha dolido bastante. Creo que lo único que podemos hacer es...
- Lo sé, Rafa, lo sé. No te preocupes, lo importante es que afrontemos este problema con...
- Luzmila, creo que no me estás entendiendo...Lo que quiero decirte es que...
- No te preocupes, mi amor, vamos a superar esta situación más rápido de lo que te imaginas. Me parece que es cuestión de que actuemos como si nada hubiera pasado...
Rafael, como siempre, solamente asintió con su cabeza llena de sentimientos encontrados. El problema era que él la amaba más que nunca y no quería perderla otra vez por nada del mundo.
Al día siguiente, cuando la situación se había calmado, Rafael decidió ir a la casa de Roberto para conversar con él acerca de lo que había sucedido. “Bueno, creo que lo importante es que Roberto me preste esos tres mil dólares que me ha dicho que me va a prestar, ¿no?”, se cuestionaba Rafael mientras pensaba en lo que le diría a Roberto para todo se solucionara y para que, además, le diera el dinero que le había dicho Roberto que le prestaría. Al llegar a su casa de Roberto, Rafael tomó la fuerte decisión de decirle a Roberto que lo único que importaba era que ellos mantuvieran esa amistad que los unía hacía varios años.
- Hermano, tenemos que arreglar las cosas- le dijo Rafael a Roberto apenas le abrió la puerta el último.
- Sí, tienes razón...entra, compadre.
Después de largas horas de discusión, llegaron a la conclusión de que todo había sido un “terrible malentendido” y que lo importante era pensar que la amistad que tenían estaba por encima de cualquier situación que pudiera parecer extraña.
- Hermano, no jodas, nos conocemos hace varios años...además, tú sabes que nunca me tiraría a tu mujer...-le dijo Roberto a Rafael.
- Sí, pues, tienes razón...Hermano, también quería conversar contigo acerca de un tema importante...
- Ya, hermano, me parece perfecto. ¿Qué te parece si vamos a la bodega de la esquina? Nos compramos unas chelitas y conversamos de lo que quieras. Yo invito, compadre.
- Ya, pues, Robertito, lo que tú digas.
Mientras caminaban hacia la bodega, los dos sabían, en el fondo, que lo que había sucedido no había sido un simple hecho que podía ser olvidado. Roberto tampoco no quería discutir mucho con Rafael, porque sabía que lo que había hecho podía hacer que el último en cualquier momento le dijera que no le prestaría ni un solo centavo.
- Hermano, pide dos cervezas. Luego yo te pagaré- le dijo Roberto a Rafael.
- Ya, hermano, no hay problema.
Se sentaron alrededor de una mesa que había en la bodega. Empezaron a beber y, sin que Roberto se lo esperara, Rafael le empezó a hablar nuevamente de lo que había sucedido en su casa.
- Hermano, no quiero ser pesado con el tema, pero creo que todavía me debes una explicación...
- Hermano, ya te expliqué lo que pasó...
- ...pero no me ha quedado claro.
Mientras conversaban, Roberto prendió un cigarrillo para, de alguna manera, no cometer el error de insultarlo y de decirle que lo único que quería era que le diera los tres mil dólares que le había dicho que le prestaría. Sin embargo, se contuvo y sólo atinó a decirle:
- Hermano, hemos venido a tranquilizarnos, no a pelearnos. Por favor, te pido que ese tema no lo vuelvas a tocar nunca más...-le dijo Roberto con uno tono de voz cínico y falso.
- Hermano, sólo quería que me aclares una cosa...
- Hermano, dejemos de hablar de eso, por favor.
La tarde se hizo larga y las palabras faltaban. Había un clima de incomodidad evidente en el que ninguno de los dos deseaba hablar. A pesar de ello, los dos seguían bebiendo y fumando mientras la tarde los absorbía en una serie de pensamientos e ideas que retumbaban en sus cabezas como si quisieran salir de ellas.
Dos horas después, cuando el silencio los apabulló por completo, decidieron hablar a la vez y dijeron a la vez con un tono de voz amargo:
- Vámonos rápido porque esta zona es peligrosa.
Cuando llegaron a la casa de Rafael, Roberto lo miró con cara de “préstame los tres mil dólares de una vez porque no te quiero ver nunca más” y Rafael, por su parte, lo miró con cara de “si no me pagas a tiempo, te enjuicio”.
- Hermano, ¿qué te parece si mañana vamos al banco y te doy los tres mil dólares? - le dijo Rafael a Roberto con un tono de voz que hacía ver que había mucha desconfianza en él.
- Ya, está bien, hermano.
Rafael se despidió de Roberto y le dijo que cuando le prestara esa cantidad de dinero, se lo devolvería apenas le pagaran su sueldo del trabajo. “Te vas a joder, Compadre”, pensaba Rafael mientras se iba de la casa de Roberto.
Al llegar a su casa, Roberto le dijo a su mujer que la estafa estaba punto de concretarse. “Mujer, ya está hecho todo. Prepárate porque Roberto me va a dar la plata”. Rafael, después de decirle eso a su mujer, llegó a la conclusión de que era la persona más astuta del mundo. Se miró al espejo, sonrió y se echó a dormir.
Cuando Luzmila salió de su casa, sabía perfectamente lo que haría cuando llegara a la casa de Roberto. En el fondo, ella sabía que debía hacer eso lo más rápido posible para no tener problemas con nadie. “Lo único que debo hacer es ir a su casa, amistarme con él y pedirle los tres mil dólares”, pensaba Luzmila mientras iba a la casa de Roberto para conversar con él acerca de lo que había sucedido aquel día en el que Rafael los había encontrado en la cama.
Al llegar a la casa de Roberto, Luzmila tocó el timbre de su casa y pensó que debía actuar de una manera calmada y sin caer en ningún tipo de tentación sexual. “Estaría mal que otra vez lo hiciéramos sólo por dinero...aunque pensándolo bien...” Al abrir la puerta de su casa, Roberto lo primero que pensó fue que ella quería amistarse con él luego de lo que había sucedido. Al verla, inmediatamente le dijo a Luzmila:
- Hola, muchacha...te he extrañado...
- Yo también...-le respondió ella con un tono de voz temeroso.
- Me parece que esa vez reaccionamos mal los dos...-le dijo él.
- Creo que sí...sería cuestión de arreglar las cosas, nomás.
Al entrar a su casa, Luzmila lo miró con una expresión de deseo que hizo que él se le acercara, la mirara con esos ojos con que la había mirado hacía unos días cuando se habían acostado y la besara de una manera apasionada. Roberto, después de besarla durante varios minutos, le dijo: “Chiquita, déjame terminar lo que empezamos la vez pasada...”
Cuando terminaron de hacer el amor, ella se acordó por qué se encontraba allí echada al lado del hombre que haría que ella y su esposo pudieran sobrevivir durante algunos meses. “Le voy a pedir la plata de una vez”, pensó ella mientras veía la manera de empezar a hablar de aquel tema.
- Robertito, quería hablarte de algo que es muy importante para mí...
- Claro, chiquita, hablemos de ese tema que tanto te preocupa...-le respondió el.
- Mira, lo que quería era pedirte ese dinero que tanto necesito para poder vivir...espero que me puedas ayudar...
- ¡Pero claro que te puedo ayudar, chiquita! ¿Cuánto necesitas?
- Bueno, son tres mil dólares...
- Claro, es la plata que Rafael y tú necesitan...bueno, te daré ese dinero para que sea feliz y para que de una vez mi compadre deje de estar molesto conmigo...
- ¡Gracias, Robertito! ¿Cuándo podrías darme la plata?
- ¿Qué te parece si vamos en un rato más al banco y te doy la plata?
- Me parece perfecto, Tito.
Al cabo de unas horas, Roberto y Luzmila se fueron al banco para retirar el dinero. Al llegar al banco, él pensó que era importante que le diera ese dinero a ella porque de esa manera ella haría el amor con él cuando Roberto quisiera. “Me conviene porque así me puedo tirar tranquilo a Luzmila en el momento que quiera”, pensaba Roberto mientras ingresaba al banco.
Al salir del banco, la cara de felicidad de Luzmila era enorme porque ya tenía los tres mil dólares. “En unos días voy a hacer lo que hacía tiempo quería hacer”, pensó Luzmila al ver que en su cartera había un sobre en el que tenía los tres mil dólares que le había dado Roberto.
- ¡Robertito, eres el mejor de todos!
- No te preocupes, Luzmi. ¿Qué quieres hacer ahora?
- Tito, me tengo que ir. Lo que pasa es que tengo que visitar a una tía...
- No te preocupes, chiquita...¿cuándo nos vemos de nuevo?
- Déjame ver eso, Tito...es que primero quiero que Rafo deje de estar molesto y resentido...yo te aviso, corazón.
- Ya, Luzmi, no hay problema. Espero tu llamada.
- Ya, corazón, está bien. Chau, Tito.
- Chau, chiquita.
Mientras Luzmila avanzaba por esas calles llenas de suciedad, sabía que lo que haría la condenaría a una soledad dolorosa y penosa. Luzmila, que estaba feliz y a la vez confundida, se dirigió a una agencia de viajes para comprar un pasaje a Chile, el cual la llevaría a un país que la ayudaría a deshacerse de Roberto y de Rafael por un tiempo. “Debo irme en dos días como máximo. No puedo estar mucho tiempo aquí en Lima después de lo que ha pasado”, pensaba Luzmila mientras se dirigía a un hotel donde se alojaría hasta que se fuera a Chile.
Al cabo de dos días Luzmila se fue a Chile y estafó a Roberto y también a Rafael. La vida para ella debía continuar y ella debía valerse por sí misma, pues “hace mucho tiempo mi matrimonio con Rafael murió”, pensaba ella mientras un avión lleno de inseguridad la llevaba al lugar en el que sus sueños frustrados volverían a nacer y donde ella sería feliz sola.
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