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La clase era un bálsamo para mis sentidos. Ricardo, con su figura diminuta, e inmensa lucidez, cabalgaba el recorrido de mis días, como la suma de frases y pensamientos, que me hacían sentir más grande. Su cabello entrecano, brillaba por encima de los libros; detrás, el sabor de sus palabras, enhebraba mis silencios, que se perdían con la entidad de su mirada. Yo me destacaba entre sus alumnas, como una mujer de veintitrés; él, subía la cuesta de los cincuenta, como un buen vino añejo. A veces, su piel traspasaba el nexo imaginario de mis manos; otras, el sabor de sus labios, recorrían mis pensamientos, sin llegar a ser tangibles. Y los días incrementaban mi deseo por verlo, mientras sus noches, se bañaban en el tinte oscuro del ocultamiento. Casado; con cuatro hijos; sociólogo; sobresaliente; eran sus rasgos principales de vida. Las clases fueron deshojando mi timidez, para animarme a invitarlo a una reunión en casa. Él aceptó mi invitación, con un entusiasmo educativo, sin saber o creer, que estaba echando las redes, hacia un encuentro íntimo. Y la hora, del día, llegó; con mi mejor perfume; música suave; y demás artilugios, lo esperé en el living. Cuando su sombra se detuvo frente a la puerta, una corriente de temor, atravesó todo mi ser; y casi sin aliento, lo hice pasar;
- Hola, ¿estás vos solita? – me preguntó, sorprendido-
- Sí, los demás no pudieron venir - alegué bajo el temblor de mi voz -
- Bueno, que pena, pero igual, ¿de qué se trata entonces, el debate, o la reunión?
- De todos los temas trascendentes en general - esbocé casi paralizada de miedo -
- ¿Cómo por ejemplo? - insistió -
- Como la muerte; la vida; el amor...
Él se había quedado prendido en el misterio de mi rostro; su mirada perpleja recorría mi ser en todos los sentidos; y sin esperar un segundo más, dije: - En realidad, esto se trata de mí; de los sentimientos - y sacando una carta de mi puño y letra, se la entregué a la mano-
Ricardo la leyó pausadamente; detrás de los anteojos plateados, sus pupilas disfrutaban, cada una de mis frases. Yo me asomé al balcón de su mirada, para no perderme un solo gesto de la vida. Al terminar, el rostro se le había iluminado, como a un adolescente; y clavándome sus ojos, respondió: - ¿Esto es todo para mí?
- Sí, sin lugar a dudas
- ¿Me estás declarando tu amor?
- Parece, ¿no?...
Y su cuerpo se abalanzó, por encima de mi mundo. Atrapada en la tibieza de su piel, mi boca desató los labios, en la fragilidad de su cuello; amé el deseo que se agitaba dentro de su cuerpo; la furia; el encanto. Las campanadas de la cena, coartaron el infinito de esas horas, en que nos perdimos bajo un abrazo interminable. No hubo sexo; llamados; ni reproches; solo la certeza, de que en esa tarde, su vida había renunciado a todo; y mi amor, condensado en ese halago. Nunca más volví a sus clases; como él tampoco, regresó a mis días.



El timbre me sobresaltó, mientras le cocinaba a mi esposo; por debajo de la puerta, un sobre pequeño yacía en el piso. Dentro, una carta amarillenta por el tiempo, esbozaba los sentires de mi juventud. Y casi al final, por debajo de mi propia firma, el nombre Ricardo aparecía nuevamente, evocando mis recuerdos.

Ana Cecilia.

Texto agregado el 04-01-2003, y leído por 1505 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
02-09-2003 Con cuanta habilidad manejaste el tiempo.BESOS gatelgto
06-01-2003 Que bien!!!, es un muy buen cuento que pone de manifiesto tu gran habilidad. Espero el otro lqcp
04-01-2003 Barbaro,soy el primero (o visitantes)...qué decirte,sos una fuente inagotable de historias,muy sensuales,eróticas y palpables:uno se instala en la escena (o al menos yo)...bueno ya está clara mi opinión;hasta luego tylerfenix
 
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