Las campanas estridentes hicieron brincar su corazón como la bala de un cañón al horizonte. Aquello era la dolorosa señal de empezar la masacre. Miró el hermoso crucifijo que le obsequio su anciana madre antes de salir de casa, era un bello rosario y cada una de sus piezas era una oración que mamá le había adiestrado con el mas grande amor maternal. Hijo querido.

Al estar de pie no pudo evitar mirar en el publico la excelsa luz que brillaba entre las masas pues allí estaba ella, su otro ángel, mas dulce y comprensiva que nunca, un ángel alegre como ninguno, una sonrisa que derretía su alma, sin embargo unas lagrimas y una mirada afligida la embargaban esa noche. Una preocupación y un presentimiento recóndito.

Él la amaba como a nadie en el mundo, aunque mamá también se robaba su corazón; ella era lo mejor que le había pasado durante los duros días de preparación. Sus ojos no podían apartarse de ella a pesar de que el referi ordenaba empezar el duelo, esperaba un asentimiento de su parte, una bendición, un gesto o una sonrisa y así fue.

Sonaron las campanas y él corrió embrutecido por una fuerza sobrehumana, un gancho de izquierda y un recto de derecha mandaron al suelo a su experimentado adversario. Su corazón palpitaba de júbilo. Gracias señor Jesucristo que estás en los cielos.

Sonó la campana, acabo el primer round.

Él miró con una sonrisa expectante al público; allí estaba ella asintiendo y sonriendo con dificultad, sus blancas y delicadas manos se juntaban en señal de oración. Mamá también debía estar en casa orando y suplicando al cielo debido a la temeraria profesión de su unigénito. Las luces y el grito de los presentes daban una atmósfera de guerra al recinto.
Sonó la campana y fue él acometido por un huracán avasallante de golpes, un corte en la frente lo derribó en una esquina, el golpe fue brutal y la sangre corría como una lluvia de invierno. Su adversario era un ángel vengador y sus puños parecían de hierro.
Mamá lloraba en casa y papá también, los sueños de su hijo se esfumaban. La pelea era televisada.

Ella corrió a socorrer por un instinto de amor a su futuro esposo, una vida tranquila y un porvenir asegurado esperaban al joven boxeador quien ya era una leyenda en el ring de box.
Él la tranquilizo con una linda moraleja y le dio un ultimo beso en la frente, no llores amor este es mi sueño, será la ultima pelea, dijo.

Sonó la triste campana y minutos después cayo fulminado por un letargo parecido a la muerte mientras que su adversario era levantado en hombros y miraba al cielo con los brazos en alto y todo el pueblo lo aplaudía e idolatraba. ¡Eres el rey de reyes, amigo!

En cardiología los médicos se miraban con penoso asentimiento y en las sillas de espera una familia entera se inundaba en lagrimas hasta que papá herido y lloroso se levanto con ademán resoluto. “Calma, calma, murió cumpliendo sus sueños; la gente es feliz y expira feliz cumpliéndolos sin importar el final”.

"No se puede con las fuerzas que mueven al mundo".