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No sé donde estoy ni como he llegado aquí. Tengo el vago recuerdo de haber viajado, a través de un largo túnel, con muchos otros, semejantes a mi, que desaparecieron de repente cuando entré en este cubículo.

Durante mucho tiempo no he tenido conciencia de la que me rodea. A mi alrededor todo era silencio, sosiego, placidez, aislamiento. Ni siquiera para comer me era posible conocer a alguien, ver a alguien, o establecer comunicación alguna. El conducto por el que me alimentan está siempre lleno. Siempre la misma oscuridad. La misma temperatura. El mismo ambiente denso. Ni el mas mínimo contacto con el exterior me permitía suponer que había algo más allá de esta estancia.

Sin embargo, hace algún tiempo, las cosas han empezado a cambiar. Oigo cosas. Al principio solo la cadencia de unos tambores lejanos. Con el paso del tiempo se han ido haciendo mas nítidos, pero no parece que estén mas cerca. Solo me he acostumbrado a su constante presencia y ahora pienso que, mas que tambores, pudieran ser el motor de estas instalaciones donde me encuentro.

Poco a poco he ido encontrando un orden y un sentido al mundo que me rodea. Ahora, de vez en cuando, escucho voces, a veces risa, otras ruidos, otras música. Cada día que pasa voy descubriendo que este encierro tiene un propósito. La ausencia de luz ha agudizado mis oídos y distingo expectante los momentos que alteran mi monótona existencia.

La vigilancia a que estoy sometido, se ha ido convirtiendo en un dulcísimo cuidado por alimentar mi esperanza. Oigo, cada vez con mayor claridad, sus voces que me animan a no desfallecer, a hacerme cada día más fuerte. Me piden que siga aferrándome a la vida. Me alientan solícitas a intentar comunicarme con ellas. Confortan mi ansiedad.

Imposibilitado de gritar, me agito y pataleo golpeando las paredes para llamar la atención. Alguien viene entonces y escucha conteniendo la respiración. Les oigo hablar entre ellos muy excitados. Suspiran y ríen contentos y aliviados. Me cuentan su ilusión de verme pronto entre ellos. Siento que sus canciones, suaves y nostálgicas, renuevan mis anhelos de que esta incomunicación se acabe pronto.

Hoy la emoción me embarga, la congoja de esta soledad cada día mas consciente, se ha visto agitada por ruidos y carreras extraños. Una pléyade de personas se arremolinan alrededor y parecen aunar sus voluntades para terminar con mi aislamiento. De repente una intensa y cegadora luz blanca rasga como un cuchillo la estancia mostrándome el camino de un túnel al que me lanzo de cabeza, desentendiéndome de todo lo que no sea ese alba liberadora.

Con extrema delicadeza y entre muestras de desbordante alegría rompen mis ataduras,
me pesan,
dos mil novecientos gramos;
me miden,
cincuenta y seis centímetros;
y anotan con minuciosidad, la fecha y la hora exacta del acontecimiento, son las
once horas veinticinco minutos
de la mañana del
Domingo veintiocho de Octubre del año dos mil uno.


Por primera vez oigo decir claramente mi nombre:

¡ JORGE !.

Boca abajo y suspendido de un pie rompo a llorar emocionado:

¡¡¡ He nacido !!!

Jorge. El Flautista. Octubre. 2001

Texto agregado el 08-09-2005, y leído por 102 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-09-2005 Me sobra la última exclamación... lo de llorar emocionado me dejaba contento. Muy bueno de todas formas. Sigue así Nowen
08-09-2005 genial!!que bien escribes,sorprendida,me gusta saludos ***** lagunita
 
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