La tarde se consumía dorando las alas del avión con los últimos rayos de un sol que en el horizonte pintaba inolvidables colores malvas, violetas, naranjas, azules, ocres... Evocó en su memoria bellas historias nórdicas que hablaban sobre la Aurora Boreal y sobre una especie de Rayo Verde. Se acomodó en el asiento y cerro los ojos. Por un momento se estremeció pensando que en el último viaje ella no apareció, pero desechó la idea y se adormeció imaginando las prometedoras aventuras que le aguardaban. Había comenzado sus vacaciones.
En la Terminal del aeropuerto ella le esperaba tal como la recordaba. Suspiró aliviado y la llevó en sus brazos hasta el taxi que les condujo al hotel. Al llegar a la habitación la tomó con ambas manos, y traspasó el dintel de la puerta avanzando con decisión hasta el dormitorio. Pese al esfuerzo, la depositó con cuidado en la cama. Ella se quedó inmóvil y él, sin demorarse en contemplar en la terraza las vistas de la ciudad, le deslizó con suavidad la cremallera retirando una a una todas las prendas que llevaba, recreándose en doblarlas y colocarlas cuidadosamente en el armario.
A continuación se desnudó él, fue al baño, se cepillo los dientes, bebió agua y volvió a la habitación donde, tras comprobar que a ella no le quedaba prenda alguna, la colocó bajo la mesa, se metió en la cama, apagó la luz y se durmió.
(“Las vacaciones”. Flautista. Enero 2.001) |