Recogí una hoja en el camino, una entre mil, era perfecta, tenía color, aroma, cierta humedad, recuerdo y cabía perfecto en mi libreta de anotaciones. Aún la conservo, no sé si por nostalgia o por simple costumbre a verla en esa cajita de recuerdos, en esa agenda vieja a la que ya le he sacado todas las hojas, que seguro, ya no tienen valor, pero quedan las que aún importan, las que recuerdo, las que nostalgio (me permito la libertad de alterar la palabra). Y es parte de mi realidad, de lo que soy, de lo que me hace concreta.
Hoy leí otra vez Niebla de Unamuno, y con ella vuelven las preguntas existencialistas, ¿será que todos seremos como el protagonista que es manejado por el autor para reflejar sus pensamientos, tendremos todos un Augusto dentro que quiere escapar de la fantasía y convertirse en realidad, o seremos todos un Miguel de Unamuno tratando de manejar el mundo a nuestro antojo?
Yo me aferro a mi hoja, aquella que recogí y que guardé. De vez en cuando paseo por mis cuentos de hadas, por mis memorias, pero siempre tengo una prueba de que no vivo en un sueño, que no necesito que me aprieten el brazo para despertar, porque tengo mi hoja, que me lleva a un pasado, que se guarda en mi mente y que es mi evidencia de un pasado real, de un aroma no olvidado, de un otoño vivido.
He creado personajes, pero aun no puedo llamarlos míos, porque aún nadie los ha conocido, no han salido de esa página inconclusa, de una historia que aún no encuentra un final. No son mis personajes porque no les he dado existencia, pero sé que los he creado y que algún día saldrán del archivo para darse a conocer y para poder hacer yo, “lo que me de la real gana con ellos”, igual que Unamuno.
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