Dedicado a los hombres que se asustan con nuestros relatos "muy reales", jajajaja, Ana.
Y lo que nos identifica, lastima; solía meditar Eduardo, en sus reflexiones diarias. Como un escritor reconocido, la mayoría de sus libros habían desilusionado, solo en las partes que el lector, se veía reflejado; así en las que ensalzaba la autoestima, todo era color de rosas. Y con tamaño descubrimiento, su biblioteca se fue elevando, de famosos escritos: “Como satisfacer a su pareja”; “Las mil formas de llegar al orgasmo”; “ El camino del poder”; etc. El dinero parecía seguir un ritmo, directamente proporcional a la decadencia literaria; cosa que no opacó la idiosincrasia de Eduardo, que no dejaba de escribirlos. Y el alucinamiento de reportajes; fiestas; y premios, rodaron por su vida, hasta desembocar en una vorágine de enredos. La esposa, decidió refugiarse en el alcohol, para abstraerse de tanto falso erudito; y sus dos hijos, uno a cada lado del planeta, lejos de tal acosamiento. La vida le tendió una red de pesadillas, que se salieron de su cause, mientras la sabiduría, se había deteriorado profundamente. Después, el tiempo fue conformando su psiquis, hasta llegar a trabajar en el periódico local. Sus magníficas entrevistas, eran el comentario de la ciudad; aunque siempre que se internaba en el comportamiento humano, registrado como único e inigualable, sus más fervientes aduladores, trocaban en acérrimos detractores. Ya cuando la crónica del espectáculo, comenzó a relatar, la postración de su mujer, en los brazos de una cirrosis; fue su mente la que comprendió, el dolor que habitaba en las palabras ciertas. Y sin un comentario al margen, de su propio epílogo, su silueta se perdió en los jardines del anonimato.
Hoy las noticias sorprendieron al público, al mencionar su nombre, en uno de los pabellones psiquiátricos de la periferia; bajo el titular: “El alimento de la mente, no siempre se asemeja al de la vida real”, Eduardo Eistgard, escritor contemporáneo.
Ana Cecilia.
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