No daba más.
- ¡Ya po’ cabros!, ¿Qué les pasa? ¡Chelo, te veo desconcentrado, eh!
- No pasa na’ profe, ahora sí que sí.
Estábamos empatando, último minuto, necesitábamos el gol para ganar el torneo después de tres años perdiendo el campeonato en las últimas fechas. Era la oportunidad perfecta, jugábamos mucho mejor, tiro libre facilísimo para mí en condiciones normales, le pegaba y hacía el gol. Pero en condiciones normales. En serio, no daba más, mi cuerpo apenas se movía, estaba casi muerto.
- ¡Dale, Chelo, tu podí!
El profe, los demás jugadores, nuestra pequeña hinchada, todos confiaban en lo que yo podía hacer. No sabía cómo decirle a mis compañeros y a todos ellos que no era capaz de hacerlo, pero es que si no era yo, nadie más iba a pegarle a la pelota, nadie más podía hacer el gol. Cuantas veces he hecho goles más difíciles, siempre presionado. No estaba nervioso, simplemente estaba agotado. No fallaba nunca, no les podía hacer eso ahora. Mucho menos ahora.
Los insultos de los jugadores y de los hinchas contrarios me daban lo mismo, una puteada más, una puteada menos, en todo ese tiempo jugando ya me había acostumbrado. No me molestaba en lo absoluto. No me importaba eso. Tampoco me presionaba. Lo que pasa es que estaba cansadísimo. Muerto. Seguía por inercia.
No es por ser sobrado o demasiado creído, pero yo era la estrella del equipo. En serio. No era el único bueno, pero era el referente principal. Pero ahora no podía más. Le pedí al Pancho que por favor lo tirara, que no podía, que lo hiciera él. Pero no fue capaz. No era mala voluntad, los nervios se lo comieron. Era normal para un tipo como él, que aunque era muy bueno, apenas venía debutando en el equipo. Así que sólo quedaba yo. Ahí, frente al balón.
En esos momentos estaba casi seguro que iba a ser capaz de cumplir con todos ellos, es que de verdad estaba mal. Pero pensé que iba a quedar como villano, que iba a pasar de bueno a malo, del cielo al infierno. No podía ser así, no lo iba a permitir.
Me las arreglé para olvidar ese pensamiento. Traté de concentrarme. No me quedaba otra opción.
No sé de dónde saqué las fuerzas, pero lo hice muy bien. Sin exagerar, creo que nunca antes le había pegado tan bien a la pelota. Sin exagerar, era casi un golpe perfecto. Me acordé del gol del Coto Sierra contra Camerún en el mundial. Lo pateé de manera increíble.
¿Ganamos? Ganamos. ¡Ganamos! ¡Somos campeones! Por fin, después de tres años, éramos campeones otra vez.
Simplemente genial, otra vez era el héroe del equipo, pero ahora no era un partido cualquiera, era el campeonato. Campeones. No era el villano como lo pensaría antes, era el héroe, era el bueno, no el malo.
Ahora venía la celebración, daba lo mismo que apenas pudiera moverme, la felicidad del momento, la alegría después de tantas penas, la importancia de lo que habíamos logrado, era mayor que cualquier problema físico. A pesar de eso, apenas pude celebrar, la emoción y el cansancio me lo impidieron. Pero no importaba. Campeones otra vez. Que buena.
No sé porqué era tan pesimista antes de eso, ¿Qué iba a salir mal? Nada. Campeones otra vez.
Las celebraciones son geniales, y más aún ahora. Además iba a ser el centro de la atención, el autor del gol del campeonato, el artífice del triunfo.
No sé de dónde saqué las fuerzas, pero lo hice muy bien. Sin exagerar, creo que nunca antes le había pegado tan bien a la pelota. Sin exagerar, era casi un golpe perfecto. Y sin exagerar, nunca había visto un arquero tan bueno, era seco ese tipo.
Tanto, que fue él quien terminó celebrando el campeonato.
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