Miré al espejo, y lo que ví no me sorprendió. Pero sí me encantó, pero sí me emocionó. Allí había una pareja feliz, realmente feliz y enamorada. Como esas de los cuentos fantásticos, de lo cuales nunca pensé que sería el protagonista (pero ahora lo soy).
De a poco mis ojos dejaron de mirar a la pareja y se centraron solamente en ella.
Disfrute de ese hermoso paisaje, su claro cabello acariciando su delicado rostro, el que dejaba notar la suavidad de su piel, y se completaba con unos preciosos ojos que guardaban una muy dulce mirada. Más abajo, una tímida sonrisa dejaba descubrirse tras unos labios irresistibles, cuya increíble sensualidad escondía una dulzura infinita.
No podía creer lo que veía; volví a observar sus ojos, que brillaban con ternura, su mirada, su sonrisa; creí que estaba soñando. Pero era real, un hermosa realidad. Y allí descubrí que, tal como yo pensaba, ella no era como las demás. Ella es un ángel y, por alguna razón, Dios se olvidó de ponerle sus alitas, dejándola vivir en la tierra.
Y esa razón que solo Dios conocerá, permitió que sea mi angelito, que me cuide de cerca y que me haga el hombre más feliz del mundo.
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