Los Extraterrestres
Ellos vinieron. Al fin vinieron y se la llevaron. Se la llevaron y nunca más la volvieron a ver. Nunca más.
Era de noche. Habían salido para Córdoba. Iban a pasar un fin de semana. Pero de repente, en medio de una ruta oscura, una luz que provenía del cielo los encandiló, y perdieron el control de la camioneta. Pero no importaba eso, porque aunque no lo hubieran perdido, las gomas traseras se habían desinflado; el conductor lo supo cuando quiso dar marcha atrás.
Bajaron del vehículo, mientras aire se arremolinaba levantando polvo y arbustos. Ni su mujer ni él sentían miedo, por lo menos eso creían. No tenían miedo porque estaban resignados. Sabían lo que estaba por pasar. Sabían que algún día iban a venir y los iban a encontrar.
La luz en el cielo se dividió en dos partes iguales y ambas descendieron hasta quedar suspendidas a unos metros del suelo. A medida que las luces se acercaban hacia ellos, fueron disminuyendo su luminosidad, hasta que les permitieron ver los dos artefactos voladores. De ellos se apearon altas figuras de aspecto humano con el rostro cubierto. Eran todos idénticos, aunque uno de ellos, que parecía ser el líder, hizo un ademán y el resto avanzó hacia la camioneta. Dos, lo tomaron por detrás, taparon su boca y cubrieron su cabeza con una funda. Aunque era imposible escuchar algún sonido más que el que producían los artefactos, le pareció que su mujer gritaba. Pero sí había escuchado con atención lo que uno de los seres le había dicho en el oído, antes de soltarlo.
Él se quedó inmóvil, mientras los sonidos y la fuerte ventisca se alejaban. “Es solo de rutina”, había dicho el ser.
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