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Margarita y Gabriela, las dos de 7 años eran amigas y compañeras de curso, la primera era gordita, calladita y la otra delgaducha, hablantina, llena de alegría. Sin envidia suplían las carencias de una con los dones de la otra. El triciclo era uno de los juguetes que compartían, se turnaban, una sentada y la otra atrás con un pie en el eje y el otro pie empujando, volaban las dos por la vereda de la cuadra acompañadas por Copito, un quiltro lanudo, guardían de Gabriela.
El papá de Margarita tenía una camioneta del año 30 en la que paseaba de vez en vez a los chiquillos de la cuadra, en uno de esos paseos Margarita se calló y quedó paralítica de sus piernas y Gabriela sin compañera de travesuras.
La enfermita se aburría todo el día acostada o sentada, no le bastaba la compañía por la tarde de su amiga, la que le llevaba las materias y las tareas del día.
Gabriela desesperaba por tener a su compañera al lado en banco del curso, en la calle para jugar, para ir a la compra del pan, a los paseo por la plaza y escuchar los cantos de los canutos. Era tanta su preocupación que le pidió a su mamá que la llevara a Lourde para pedirle a la Virgen que sanara a Margarita. Fueron e hizo la manda de vestirse de lourdes por el resto de la vida si su amiga volvía a caminar.
A los pocos días después, Gabriela apareció por el barrio vestida de blanco y con una cinta celeste a la cintura. Los chiquillos de la cuadra le hacían burla y ella les respondía con un combo, con una patada por las canillas o le pedía a Copito que los mordiera. Así se impuso como una flaca peleadora y de respeto.
Un día se le ocurrió amárrale a Margarita los pies a los pedales del triciclo y así salieron de paseo, fue la primera salida a la calle después de meses de obligado encierro.
Los paseos se repitieron todos los días y cada día Gabriela aumentaba la velocidad de viaje, como también aumentaba la alegría de ambas, acompañadas de los ladridos del Copito.
Y así fue, para sorpresa y contento de todos, como a Margarita se le fueron desentumeciendo las piernas y empezó a caminar de nuevo, de a poco. Volvió a la escuela, al mismo banco con su compañera.
La amistad de las comadres duro toda la vida, pero el vestido de lourde solo hasta el tiempo de la pretensión.

Texto agregado el 06-09-2005, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


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