Eligieron como lugar para la reunión el Everest. No invitaron a nadie y resolvieron el futuro del mundo en secreto. Qué cómo yo lo supe, bueno, siempre hay un soplón.
En una gigantesca alfombra roja, se sentaron en posición india Yaveh Dios, Zéus, Alá, Mahoma, Buda y Jesús.
La Vírgen María y Magdalena prepararon el banquete. Venus y Artemisa sirvieron el vino. Ellas no intervinieron en la reunión. Sólo observaron. Pétreas.
Comenzó la cumbre y la discusión subía de tono y mientras más decibeles alcanzaba caían rayos en los montes y se formaban inmensos huracanes cuando Mahoma exhalaba el humo de su cigarrillo.
Buda perdía la paciencia y Jesús trataba de calmar los ánimos de su padre.
Zéus discutía con Alá y le enrostraba su antiguedad por sobre él.
Finalmente Yaveh Dios asumió su prestigio, más elevado que el del resto para terminar con la discusión.
"No podemos llegar a acuerdo porque todos tenemos derecho a veto. Es igual que el Consejo de Seguridad de la ONU. Perdemos nuestro eterno tiempo en esta cumbre", sentenció.
Pero cuando ya los ángeles venían a llevárselo, irrumpió un extraño. ¡Un humano¡ gritaron a coro los dioses y un feroz terremoto casi derrumbó la montaña.
"No puede ser que seas tu", dijo Jesús, tomándose la cabeza mientras Magdalena le daba una aspirina.
"Si, dioses, soy yo, vengo en paz a encabezar esta cumbre", contestó el humano miserable.
"Cómo osas decir algo así, blasfemo", rugieron los dioses, incluso la tímida Vírgen María.
"Vengo porque siempre los invoco, estoy acá porque si ustedes no lo quisieran, no me permitirían ocupar el lugar que tengo en la tierra", dijo el insolente.
El silencio reinó entre los dioses. Yaveh chasqueó los dedos para que Magdalena le sirviera vino a aquel hombre.
Luego todos se sentaron a escucharlo atentamente, mientras comían hamburguesas y la alfombra roja tomaba la forma de la bandera de las estrellas y las franjas. |