Sabía que infundía cierto respeto, o mejor dicho... temor, por su dinastía de muchos siglos, quizás por los antecedentes sanguinarios de sus antepasados, característica de su temible abolengo. Ahora era diferente, todo había cambiado, el respeto fue transformándose en acoso casi perpetuo y se estaba cansando de ser mirado siempre desde arriba, acechado constantemente para el placer de unos pocos que decían no sentirse bien.
-¿Por qué esa persecución implacable con precio por su cabeza?




- Porque algunos científicos querían experimentar después de un discriminado genocidio; ejecutado por cazadores de recompensas; verdugos en patota diseminados por todo el planeta. Y pensar que tuvo la inmortalidad a su alcance y por culpa y la perversidad de su primer ancestro, tendría que seguir pagando por su vacilante existencia.
La compra de las bombas de cobalto le brindaron cierta tranquilidad por el espléndido negocio que representaba para algunos bolsillos y esto le dio el aparente desahogo que realmente necesitaba. Ya no tendría sobre su cabeza la temible espada de "Damocles" anunciándole que no se debía mover. No. Ahora se desplazaba con más tranquilidad, eso sí; siempre con la cautela que hay que tener en este alocado y malicioso mundo que nos toca vivir... por ahora.
No fue suficiente el tiempo; la tranquilidad igual que la felicidad y todas las cosas hermosas, siempre finalizan antes que uno termine de soñar.
Un científico perturbador de mi existencia, descubrió algo para aliviar un mal y otra vez nuestra especie, estaba en la mira de los
secuaces de la ciencia. Pero... el poder, es el poder, y... nosotros, bueno por mas que les pese a los que no se sienten bien, estamos a salvo. Eso, si al científico no se le ocurre seguir experimentando en el lugar que está... bueno en ese caso habrá que seguir maldiciendo al primer ancestro por la maldita tentación, no se sabe si era deliciosa o no, lo cierto es que por ella, le dieron el maldito primer mordisco de la arrastrándonos como si esto fuese el más sublime designio, para terminar siendo los artífices de la propia esclavitud.

Omar Ordóñez