Un temblor nos sacude
de pies a cabeza
y el temor acude,
raudo como una flecha.
El corazón se dispara,
late con fuerza en las sienes,
un escalofrio nos alza,
y la piel de gallina sientes.
Los sudores nos hielan,
algo malo pasa;
las manos nos tiemblan,
parecen mermelada.
Sube la adrenalína,
la respiración se altera;
al pasar, de reojo miras
y solo es el miedo el que te aterra.
Una calle oscura,
un bosque en la noche,
un callejón oculto y en penumbra.
Son las puertas que puede que provoquen
ese malestar intenso,
ese temor irracional,
ese terrible miedo,
ese sentirse mal.
el sentirse vulnerable,
tembloroso y asustado
es un acto humano
ya que se nos hiela la sangre
con el miedo en sí
al pensar
que todo puede acabar,
que nos puede llegar el fin
en ese callejón vacío,
en esa calle desierta,
en ese rincón maldito,
detras de cualquier puerta.
Y este es el terror
ese es el horror
que se esconde en ese rincón,
detrás del miedo en cuestión.
El sabernos mortales,
el saber que moriremos,
con la sensación desesperante,
de que donde y cuando no lo sabremos. |