Era un día que aparentaba ser prometedor, un día en que todo podía pasar. Un día lleno de luces y sombras, cubierto de contrastes. Era un día como hoy...
Fue hace tanto tiempo que ya he olvidado las fechas. Sólo recuerdo que cuando aquella mañana miró por su ventana, descubrió que el sol comenzaba a brillar tenuemente, pero la luz y el calor se incrementaban, mientras sus ojos seguían absortos en aquel cielo celeste pálido.
El sol iba llegando a lo alto y sus pensamientos se perdían con el sonido casi mudo de un corazón que oculto se agitaba más y más. Una mente llena de sueños se alejó de la ventana, abandonó la habitación y posteriormente la casa.
Recorrió inquieta la ciudad, ansiosa por llegar y tetubeante, temerosa, queriendo volver al punto de partida, a la seguridad de su hogar.
Entre confusión y ensoñasiones esos pies llegaron a destino. Los ojos oscuros pero transparentes, brillaron. Una sonrisa inevitable, se escapó. Unas manos suaves se rozaron entre si. La piel erizada buscó lo que por la mañana había imaginado.
Seguía dividida. Sus manos no se aliaban a sus ojos. Ni su mirada a su sonrisa. Sus pies no encontraban relación con los suspiros... Aunque cada sentido, cada órgano, cada movimiento, cada latido corriera tras un mismo objetivo.
Ella no era capaz de fundirse en sí misma. Aún le faltaba "él".
Buscó intensamente. Los anhelos se mezclaban con la realidad. Lo palpable con espejismos.
Su corazón latía a cada instante más fuerte. Sus ojos al límite de las lágrimas, mil suspiros contenidos en una ilusión.
Una realidad inconmovible. Un verdad perpetua. Ella cayó de rodillas al suelo vencida por el peso de la esperanza perdida. Ya nada se podía cambiar. Él no estaba. Sólo quedaba otro día para morir y nada más. Esperar un futuro encuentro. Soñar qué pasará...
Él no está. Y ella tampoco. Él vive en su tranquilidad y ella muere cada día en esa misma esquina, llorando por una historia que nunca cambiará.