La bolsa de Dulces.
Si pudiera tomar el tiempo en mis manos y dejar en mi boca el sabor de los recuerdos, abrazaría con mi alma desnuda el beso de una Noche de Reyes que acarició mi pobreza y me llenó de la mayor riqueza espiritual. Esa noche, el frío era el convidado de piedra, el árbol de Navidad se había ausentado y al parecer los reyes olvidaron nuestros nombres. Mi madre con su sonrisa avergonzada me entregó un pequeño regalo, que mis dedos fueron hurgando y que tímidamente se transformó en un regalo despreciado.
Sentí como una espina se clavaba en la sonrisa de mi madre, mientras una lágrima tocaba las puertas de su alma, entonces le sonreí y la abracé porque entendí que el amor es más fuerte, cuando amamos con el alma.
Quizás esa noche, el dolor de una lágrima de mi madre, hizo que tres hombres buenos, me hicieran apreciar la belleza que existe en las cosas pequeñas, quizás en la magia de una bolsa de dulces, que se da con todo el amor, aquellas pequeñas cosas, que trascienden a la realidad que conocemos, porque a veces para expresar lo que sentimos, basta con una sonrisa y un beso verdadero o quizás simplemente decir cuanto te amo... y entonces descubrí que la pobreza nuestra, era muy distinta a la pobreza verdadera, aquella cuya verdad a veces no somos capaces de ver con nuestros ojos.
Aunque mi madre ya no está, cada noche de reyes, mi hija misteriosamente recibe una bolsa de dulces porque alguien ilumina nuestras vidas.
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