A la salida del departamento la esperaba, nervioso. La conocía de tantos años ya, de tantos sueños en vela y demasiadas vidas pasadas, como para dudar que fuera ella a la que estaba buscando hace tiempo.
Cuando la vió, envuelta en ese abrigo marrón claro hasta las caderas deseadas, con una sonrisa ciega contestó su saludo. Llevaba días dándole vueltas al asunto. ¿Debía decírselo? Ella recientemente empezaba a dejarle pasar en su corazón, sin embargo él había entregado su alma hacía tanto, que ya no dudaba en que la receptora fuera la adecuada.
Subieron al auto, escucharon música frívola en el camino, hablaron de cosas comunes para empezar y terminaron riendo de las mismas cosas de siempre. Para cuando llegaron al sucucho santiaguino en el que habían acordado pasar la noche, ambos estaban preparados para lo que veían se acercaba.
Pidieron unos tragos, se miraron y conversaron un momento de tensión. De pronto, como si ambos hubiesen estado esperando una señal externa. Se levantaron, caminaron los dos perdidos y las manos se encontraron, dos juntas, la otra de él en la cintura de ella, la otra de ella en el hombro de él.
Había que decirlo, la música imperante era perfecta, la tenue luz ayudaba a la simplificación de lo que venía. Se mecían lentamente, pensando y no pensando, dejando en blanco una mente llena de emoción. Ya no había que arrepentirse, cuando en un instante calmo y de exaltación del sentir, él dijo:
- No puedo evitarlo ya... te amo.
Sin siquiera inmutarse, ella siguió contorneándose en los brazos del recién declarado. Él agonizaba, esperando la respuesta que no llegaba, mientras ella conservaba los ojos cerrados, el rostro en el pecho de su acompañante. Tranquila, respirando con parsimonia.
Ya iba este hombre a morir ahogado en la angustiante espera, cuando rescatándole de las sombras, ella, sin moverse siquiera, habló.
- Ya era hora de que te atrevieras. Llevo mucho tiempo esperando que dijeras eso.
él paró en seco su vaivén y la miró a los ojos sin creerlo.
- Si, yo también te amo- dijo ella, dedicándole una sonrisa que él respondió como al principio de todo, entregándose al baile que ella le prodigaba. |